Diario de León

MINERÍA

Entre la vida y la muerte

- El Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León recuerda en esta exposición estos lugares tan importantes en la vida de las cuencas mineras

Imagen de una de las salas de la exposición. CASTRO

Imagen de una de las salas de la exposición. CASTRO

Publicado por
Sabero

Creado:

Actualizado:

El Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León está consiguiendo un nuevo éxito de visitas en la exposición temporal Entre la vida y la muerte . Hospitales mineros, desde que el pasado mes de mayo fuese inaugurada por Fernando Cuevas, comisario de la exposición y director del Centro de interpretación de la minería de Barruelo de Santullán, por la que ya han pasado miles de visitantes.

Para el museo, esta exposición era muy necesaria, ya que estos hospitales son los grandes olvidados, tanto a nivel de conocimiento general como de trabajo investigador, a pesar de la importancia que tuvieron para las cuencas y para los mineros, ya que como afirma el título de la muestra, fueron en muchas ocasiones la barrera entre la vida y la muerte, en un oficio tan peligroso.

Se trata de una muestra que pone en valor los servicios sanitarios prestados por las principales empresas mineras de la región, a lo largo de más de un siglo, con los hospitales mineros como instituciones más destacadas en esta prestación.

Los primeros hospitales mineros de España se remontan a la época preindustrial. Durante el periodo ilustrado, con el fin de restablecer al trabajo los más pronto posible a los heridos y enfermos de las minas de la corona, el estado construyó varios hospitales. Merece mención especial el Real Hospital de Mineros de San Rafael, en las minas de mercurio de Almadén, construido entre 1755 y 1773, considerado el precursor de la seguridad laboral en España y el primer hospital minero con estructura asistencial profesional.

El trabajo en la mina subterránea es considerado uno de los más peligrosos que existen. Los accidentes y las enfermedades profesionales son los principales motivos que contribuyen a que sus estadísticas sean de las más elevadas en siniestralidad y bajas laborales.

Los mineros desarrollan sus labores en un ambiente antinatural, como es el interior de la tierra. Las fuertes presiones de la montaña, los gases letales que hacen irrespirable la atmósfera minera, el uso de explosivos en lugares cerrados, la posibilidad de encontrarse con aguas subterráneas, los espacios reducidos donde es difícil maniobrar con maquinaria, la escasa iluminación o el estrés generado por condiciones tan extremas, son solo algunos de los innumerables factores que han hecho de la mina el lugar idóneo para los accidentes laborales.

A la facilidad de sufrir accidentes hay que sumar que la mina es un lugar propicio para contraer enfermedades laborales. El nistagmus, la anquilostomiasis, las neumoconiosis o enfermedades que afectan al sistema óseo son algunas de las patologías derivadas del trabajo minero.

Autoridades, obreros y empresarios vieron la necesidad de combatir estos problemas. Primero con medidas preventivas, para evitar tanto accidentes como enfermedades y con el tiempo surgieron nuevas leyes por las que fueron de obligado cumplimiento novedosas medidas compensatorias y sanitarias.

El accidente y la enfermedad su procuraban evitar, pero cuando aparecían era necesario responder eficazmente ante los heridos o los enfermos. En un primer momento, restablecer la salud del obrero fue parte de la estrategia patronal para minimizar el tiempo en que el obrero faltaba al trabajo. Hospitales y sanatorios construidos por las empresas fueron las primeras medidas sanitarias de la minería.

La legislación impulsada por el reformismo social a principios del siglo XX obligó a los patronos a prestar nuevos servicios sanitarios y surgieron en las minas botiquines, salas de cura conocidas popularmente como hospitalillos, que sirvieron para los primeros auxilios.

Estos hospitales ofrecían una buena imagen de la empresa, servían de aliciente para nuevos trabajadores y abarataban los costos que las obligaciones legales de accidentes y enfermedades acarreaban a las compañías. Con un servicio sanitario propio se podía controlar mejor las estadísticas de siniestralidad y los tiempos de recuperación del accidentado.

La gran mayoría de hospitales y cajas de socorros se sufragaban mediante un porcentaje descontado del salario del obrero, a lo que se añadían donaciones de la empresa para justificar su control de la gestión. Si las grandes empresas mineras podían mantener su propio hospital, otros empresarios más modestos debieron recurrir a las compañías de seguros y las mutuas patronales. Los acuerdos con médicos y derivar los accidentes a centros públicos fue el recurso que les quedó a las pequeñas minas que no podían permitirse unas instalaciones propias.

Con el paso del tiempo, los logros en la seguridad social y la implicación directa del estado en la salud de los obreros propiciaron nuevos centros sanitarios de referencia y así en 1968 nacerá el instituto de la silicosis (INS) como centro sanitario especial dedicado a la asistencia de los mineros del que depende el hospital de referencia. Pero sin duda, la parte más sorprendente de la exposición se la han encontrado los visitantes en la segunda planta del edificio que la acoge.

El museo ha recreado en ella un auténtico hospital minero, gracias a todo el material que conserva del antiguo hospital Jose León Izaguirre, de la empresa Hulleras de Sabero, que ha sido restaurado con esmero e instalado por el Club de Entibadores Palentinos.  Este material fue recuperado en su día por el Ayuntamiento de Sabero y donado a la Junta de Castilla y León para su deposito en el museo.  La empresa Hulleras de Sabero y Anexas, S.A., que desarrolló su actividad en la cuenca minera de Sabero, dispuso de servicios médicos de empresa desde muy pronto, como otras grandes compañías carboneras.

En el año 1930, la sociedad construye en la localidad de Sabero una gran centro médico llamado «Hospital José León Izaguirre», en homenaje al director de la empresa que lo promovió, junto a otros servicios sociales como escuelas, viviendas o economatos.

El hospital es un edificio de planta baja, integrado en la barriada minera de San Blas, con salida ó entrada a dos calles. Desde una de ellas, los enfermos podían acceder a una amplia y soleada terraza, así como a un gran jardín, desde los que completar su cura ó rehabilitación. Estaba dotado de sala para hospitalización de enfermos y accidentados, con capacidad para veinte camas, así como una pequeña sala para los más graves; despachos, salas de consultas, sala de curtas, quirófano, sala de rayos X y revelado, laboratorio, sala de rehabilitación, sala de electroterapia y sala de autopsias.

La anquilostomiasis, las neumoconiosis y enfermedades que afectan al sistema óseo eran patologías frecuentes.

Contaba con los equipos e instrumental más modernos de la época e, incluso, el laboratorio disponía de cobayas para la realización de pruebas y ensayos clínicos. En un primer momento, el hospital contaba con cocina y comedor, pero tras una remodelación, estos espacios fueron destinados a un laboratorio más amplio y otras estancias, pasando a prestarse los servicios de comidas desde una vivienda anexa al hospital, comunicada con éste y ocupada por las hermanas Doña Eudosia y Doña Hortensia Alvaredo, empleadas en el mismo.

El hospital funcionaba todos los días del año en horario ininterrumpido, con una jornada distribuida en tres turnos. Estaba dotado de una plantilla estable, contratada por la empresa de forma directa, tanto si era personal sanitario como de otros servicios. Aún hoy los vecinos recuerdan nombres como los de los doctores Antolín Martín, José Amez, Ana González, Alfredo Villaverde y Ramón Fernández, la ATS y matrona Eudosia Alvaredo Moro, los ATS Fructuoso García, Ángel Reyero, Alfredo Lorenzana, Antonia, Pantaleón, Carmelo, Rafael Muñiz, José Quintana, Ricardo, José Antonio, Isabel, Cristina, Óscar, Gonzalo o Enrique, así como el personal de servicios Guillerma, Idear, Lucila, Amelia, Angelón, Hortensia, Bernardo, Petra o Laurencio, entre otros.

El hospital funcionaba todos los días del año en horario ininterrumpido, con una jornada distribuida en tres turnos,

El centro realizaba funciones preventivas y asistenciales, atendiendo cualquier urgencia y otras circunstancias, tanto de los trabajadores como de los familiares.

Al hospital, si era necesario, era derivados los trabajadores atendidos en primera instancia en el botiquín del lavadero de Vegamediana y en los hospitalillos de los Pozos Herrera I y Herrera II. Desde el hospital también se derivaban casos graves a los centros concertados con la mutualidad, tanto en León como en Bilbao. Los trabajadores disponían de una cartilla y de una ficha médica, que recogían sus reconocimientos médicos y su evolución sanitaria.

Estos reconocimientos, de carácter periódico, así como la atención a los accidentados, curas, intervenciones quirúrgicas, hospitalizaciones, tratamientos posteriores y rehabilitaciones, ocupaban la actividad del Hospital José León Izaguirre. En la actualidad, el edificio, propiedad del Ayuntamiento de Sabero, ha sido rehabilitado para albergar un museo de arte moderno.

tracking