Diario de León

Tras los pasos del último bandolero

Salvador Cañueto tenía poco más de diez años cuando buscó su eterna soledad en el monte, empujado por un turbio pasado familiar. El bandido leonés era encarcelado esta semana. Se le acusa de 137 delitos menores, aunque, de momento, la Guardia C

JESÚS

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León

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Es un lobo de monte», describe con desgarro Leocadio Rodríguez Pozo, probablemente el guardia civil que mejor conoce los pasos del Cañueto, por cuanto dedicó muchos años de su ya extinta carrera siguiendo la pista al que hoy se puede bautizar como el último bandolero. «Es listo y ágil y le encanta el dulce y el anís; sabíamos que el autor de los robos era él siempre que faltaban pastas o mazapán». No se puede decir que el que fuera comandante de puesto de Carrizo de la Ribera durante los años en los que el ratero cumplió sus fechorías en esta zona hable del pasado con rencor, sino más bien con cierta nostalgia. A Salvador Cañueto Cañueto se le atribuye el romanticismo de los bandoleros que colonizaron las sierras de España en el siglo XVIII. Se le ha convertido en leyenda mediática y hasta su figura ha despertado la simpatía de los grafiteros, que han poblado muchos puntos de la provincia con pintadas en favor del bandolero de Omaña , conocido así en los últimos años por elegir esta comarca para impactar con una de sus reapariciones. Sin embargo, su vida tiene poco de bohemia y las circunstancias por las que atraviesa hoy sólo son fruto de una espiral de infortunio que le envuelve desde la infancia. Se hace al frío y al hambre Salvador Cañueto Cañueto nació en Marrubio, una pequeña y remota población de La Cabrera, el 26 de octubre de 1946. Hijo de madre soltera y padre no reconocido, vivió sus primeros años en el hogar de los abuelos, una casa de piedra enclavada en una empinada cuesta desde donde se divisa el monte que le vio desaparecer cuando sólo era un chaval. Ninguno de sus vecinos -once en la actualidad- sabe precisar la edad, pero calculan que tenía entre 10 y 12 años. En su pueblo dicen que las circunstancias familiares le llevaron a ello. Su madre, Baltasara, después de haber dado a Salvador una hermana de padre también desconocido, se casó con un vecino de Marrubio. Las relaciones se habrían enturbiado a partir de entonces y Salvador empezó a pastorear en el monte, donde se pasaba todo el día siendo sólo un crío. Allí lo aprendió todo para sobrevivir al frío y al hambre. «Tenía unos pocos años menos que yo. Mi hermana era de su edad y me acuerdo que les subía a los dos a cuestas. La abuela, que nos veía desde la ventana, siempre nos reñía porque me decía que me iba a mancare ». El viento extiende las lágrimas de Dominga Carbajo Álvarez por todo su rostro mientras pierde la mirada en el monte. «Es un buen hombre, trátenlo bien que es una buena persona. Lo fue hasta que lo hicieron malo». A miles de kilómetros Eran tiempos difíciles, a pesar de que la familia de Salvador disfrutaba de lo que se puede entender por posibles en una zona pobre y prácticamente aislada. Tras su huida, la madre y el padrastro siguieron el camino de la emigración que llevaron muchos otros del pueblo y buscaron fortuna en Surrey, un condado situado en el extremo sur de Londres (Reino Unido). Allí fijaron su residencia y allí viven hoy junto a los dos hijos, varón y mujer, que nacieron de este matrimonio. El otro vínculo fraternal de Cañueto, su hermana inmediatamente menor, reside en Barcelona. Entretanto, ya despojado del entorno familiar, Cañueto empieza a escribir su propia historia. Si su pasado quedó atrás aquel día que se echó al monte sin miedo al lobo ni al mordisco de la negra noche su nueva vida arrancó en Secarejo, cerca del Órbigo. «Un día llegó de ambulante. Yo tengo cinco años más que él y me acuerdo perfectamente. Le preguntaron lo que sabía hacer y se ofreció de pastor, y aquí se quedó por lo menos ocho o diez años». Salvador empezó a trabajar para el pueblo. Los propietarios de majadas pusieron a su cuidado todos los rebaños. Le aseguraron y le abrieron una cuenta en la Caja de Ahorros y Monte Piedad de León -hoy Caja España-, pago con el que cumplían religiosamente. Además se le suministraba comida y dormía a turnos en las viviendas de los vecinos para los que trabajaba. «Era un hombre limpio y muy bueno», comenta Nieves González García. La expectación crece en el pueblo donde se crió Cañueto al conocerse la noticia de que ha sido detenido en la zona de la Valduerna. Al corrillo que se forma en la calle alrededor de Nieves se le une su hija Arancha, Manuel Suárez Álvarez y la esposa de éste, Esperanza García. Todos tienen buenas palabras para Salvador. «Era de confianza total, le dejábamos la llave de casa en un agujero para que entrase cuando quisiera», «nunca tuvo una mala palabra con nadie» o «siempre fue muy educado» son algunos de los comentarios que se dicen de él en este pueblo. [Quienes le conocieron en esta etapa rechazan hablar de él como un bandolero]. A partir de estos años, el carácter de Salvador fue cambiando. Se hizo más uraño y decidió dejar el pastoreo para trabajar en una tejera. Dicen que allí encontró «malas compañías» y que ya nunca más fue el mismo. Abandonó su rebaño y se fue A pesar de que su salario no le daba para mucho, Cañueto había conseguido reunir en esos años un rebaño de 200 ovejas de su propiedad. «Un día le dijo Celso, otro pastor que había en el pueblo, cuídame las ovejas que me voy de vacaciones. Y nunca más volvió». Es a partir de entonces cuando a Salvador Cañueto, ese chaval que hizo del monte su hogar, se le complicó la existencia. Entre 1973 y 1974 cometió los primeros hurtos, siempre bienes de escaso valor y de primera necesidad, como mantas, comida, pequeñas cantidades de dinero, etcétera. Las primeras denuncias empezaron a llegar al cuartel de la Guardia Civil de Carrizo de la Ribera, accidentalmente, aunque por mucho tiempo, en manos del comandante Leocadio Rodríguez Pozo. Se trataba de diligencias que se tramitaban casi siempre durante los fines de semana y, al principio, cada tres meses o más. Sin embargo, con el tiempo se fueron intensificando y el campo de actuación se amplió a lugares como Cimanes o La Milla. Coincidía el modus operandi y muchos otros elementos, tan pintorescos como su protagonista. Por ejemplo, la pasión de El Cañueto por fumar farias o su gusto por la repostería. Además, su forma de actuar era siempre extraordinariamente astuta, propia de alguien que se ha pasado la mayor parte de su vida a modo de supervivencia. «Antes de entrar en una casa, ya sabía el sitio por donde iba a salir, que era siempre distinto por el que entraba», comenta el comandante jubilado. En una ocasión, calcula que por el año 85, los guardias civiles encontraron la guarida de El Cañueto. «Había hecho una caseta con ramas para que no le vieran los aviones o helicópteros. Dentro tenía un camastro, que se sacaba tirando de una cuerda. Allí tenía un pantalón lleno de latas -en algunos lugares se le conoce como el latillas por su gusto por las conservas- y mantas». Se le detuvo en varias ocasiones, pero las condenas siempre fueron menores por el escaso daño de sus fechorías. «Se decía que si andaba por los maragatos, otras veces llegaban noticias de que lo habían matado, luego los de la cantera de Robledo comentaron que había vuelto a aparecer; estos años aquí han sido así...», relata Concepción Liñán Madero, vecina de la localidad natal del Cañueto. En estos años Salvador ya es un bandolero, un bandido en toda regla. Incluso la Guardia Civil, en uno de sus registros, le requisó una escopeta a la que había recortado el cañón en el taller de un herrero del Órbigo. En este momento se le perdió la pista. Viajó al sur, nadie sabe si por esos caminos de Sierra Morena donde se hicieron famosos los bandoleros, y allí fue encarcelado de nuevo. Inició el cumplimiento de su condena en una cárcel de la provincia de Cádiz, de donde salió con un permiso del juez en 1999. Aprovechó este momento de libertad y quiso convertirlo en eterno. El Cañueto se echaba de nuevo al monte. Recorrió otra vez a pie toda España y regresó a León. Los primeros delitos que se le atribuyen en esta etapa sitúan al bandolero en el área de Astorga, La Bañeza y Veguellina durante los primeros meses del 2001. Allí, según los datos que manejan los diferentes puestos de la Guardia Civil, llevó a cabo un total de 23 presuntos delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico. En román baladí , hurtos de pequeño alcance. Presunto historial delictivo En los dos años siguientes, además de los puestos citados, los registros de la Benemérita en La Magdalena -aquí se incluyen los populares robos en Omaña-, Carrizo de la Ribera y Benavides le asignan otros 34 robos. Al maremoto de cifras que se incrementan cada día, ahora se atribuyen al Cañueto otros 50 delitos del mismo tipo en Palencia y se está comprobando si una veintena más en Burgos. Según ha podido saber este periódico de fuentes oficiales, de los 137 delitos que formarían parte de su historial, tan sólo existen implicaciones claras en tres de ellos: uno sería el caso de allanamiento de morada con amenazas perpetrado el 30 de junio del 2002 en La Utrera, el segundo correspondería a un robo con fuerza llevado a cabo el 16 de julio del 2003 en Piedrasecha y el tercero es la requisitoria judidial de búsqueda, detención e ingreso en prisión dictada por el Juez de Vigilancia Penitenciaria de León tras conocerse que no había reingresado en la prisión de Cádiz. El paréntesis del Cañueto no duró mucho. El pasado martes deambulaba por un pequeño camino que recorre el río Duerna a su paso por la localidad de Ribas. Eran las nueve y cuarto de la noche. Un guardia civil designado en el cuartel de La Bañeza paseaba con un amigo y sus perros por la zona para intentar ahuyentar a los jabalíes de las fincas, recientemente sembradas de maíz. La heroína perra «chispina» La chispina se adelantó unos metros, se introdujo en una chopera y descubrió al bandolero. Él salió de su escondite e intentó apresurarse a andar, pero uno de los del grupo le reclamó. «¿Necesita algo?», le preguntó mientras se acercaba a él. «Bueno, soy un pastor que busca trabajo», le contestó de inmediato. El Cañueto iba cargado con sus mantas y un gran petate. Pero su mano izquierda con los tres dedos semiamputados -un explosivo le destrozó de niño los dedos índice, anular y corazón- le delató. Al ser reconocido por el guardia civil, éste le envolvió en una conversación mientras le fue acercando al pueblo, donde le había prometido un trabajo. Entretanto realizó una llamada de teléfono al cuartel explicando en clave y como pudo que delante de él estaba el hombre que llevaban buscando durante los últimos cinco años, El Cañueto. Una patrulla se presentó inmediatamente en la zona y le detuvo sin que el bandido ofreciera resistencia alguna. A las seis de la madrugada, un vecino le había visto salir del viejo molino de Ribas, su última morada. El Cañueto fue interrogado, puesto a disposición judicial y encarcelado en Mansilla de las Mulas en menos de 48 horas. Ha rechazado cualquier ayuda de sus parientes, de los que no quiere ni hablar. Su caso lo estudia una abogada de oficio, que prefiere mostrarse respetuosa al silencio de su cliente. El Cañueto, como recuerda el viejo refranero popular, no tuvo «ni padre ni madre ni can que le ladre».

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