Policía de proximidad
«Cómo va a ir al súper, si lleva el rifle montado»
La labor de la Guardia Civil en el entorno rural no se queda en el control de movimiento de vehículos y personas, sino que sirve para tejer una red que complementa a los servicios sanitarios y asistenciales de León
No hay nadie en las cabinas del peaje de La Magdalena. No hay vehículos que cruzar hasta la salida de la autopista que da entrada a Luna, ni más allá, donde la senda del cordel de las merinas que discurre paralelo a la carretera se arrama en Babia. Ni siquiera cuando el coche atraviesa la linde del puente de las Palomas para ocupar Laciana aparecen muestras de movimiento, salvo un tractor con media docena de pacas para dar de comer al ganado. Nada en la vía hasta que, a la entrada de Villaseca, una vecina hace barrera con una varina de madera en la mano en el desvío que da a su casa, lista para que media la docena de gallinas que bajan la cuesta no interprete la ausencia de coches como una excusa para tomar posesión del asfalto. El escenario resume el confinamiento del entorno rural. Un marco en el que la Guardia Civil, más allá de su labor de vigilancia y control de movimientos para garantizar que se cumple la cuarentena, se convierte en un agente de asistencia social sobre el que se apoyan el resto de servicios para garantizar la atención a los ciudadanos. El seguimiento de una patrulla del cuartel de Villablino durante una mañana muestra cómo su papel pasa por coser la alerta en las residencias con la atención en el centro médico, la entrega de medicamentos en los pueblos con la localización de personas mayores y hasta el favor de ir a sacar dinero para una de las enfermeras que se han quedado atrapadas en el centro de mayores de Robles de Laciana junto a los ancianos infectados.
Apoyo sanitario
El recado de ir a por la tarjeta, sacar dinero y volver madrugó la mañana para «Montero Iglesias, Pablo», que es guardia civil en Villablino, y Cristina Tapia, de «Graná», que llegó hace «poco más de un mes» al cuartel lacianiego aunque nadie lo diría. La pareja de la Benemérita se baja del todoterreno, pica en el timbre de la residencia de la tercera edad El Valle y aguarda a que salga la directora. No tarda ni un minuto en aparecer al otro lado de la reja Nuria Panera, con quien despachan como si hubieran pasado a pedir perejil. Hay una familiaridad que los enlaza, una confianza que no se impone, sino que se gana. La responsable informa de que «de momento» van «bien», aunque el viernes tuvieron que «ingresar a uno». «Pero no sabemos porque tiene complicaciones y el test fue negativo hace ocho días», reseña la administradora, quien se queja de al centro «no viene nadie». «Nos piden que todo se haga por teléfono y es bastante caótico. No todo es coronavirus», abunda, antes de cuestionar que «todo ha llegado demasiado tarde». «Nosotros ya habíamos prohibido 15 días antes las visitas, pero luego dicen que los malos somos nosotros. Nosotros no somos los malos», subraya la encargada del geriátrico, quien reseña a los agentes que lleva «confinada, viviendo con los internos, desde el sábado 14 de marzo». «Para cualquier cosilla ya sabes dónde estamos, guapa», se despide la agente antes de seguir la ronda.
Cristina Tapia y Pablo Montero Iglesias, ayer con los sanitarios de Villablino. MARCIANO PÉREZ
El todoterreno sube por la cuesta que da al moderno edificio del centro de salud. En el talud pastan despreocupadas dos yeguas. En la recepción, los ocho médicos, enfermeras y sanitarios de la ambulancia esperan labor. No hay pacientes en la sala de espera. Ni se anuncian. «Aunque tenemos muchos casos en la zona, somos normales y estamos bien», bromea Rosa para explicar el vacío. El apunte no es anecdótico. «Nos tienen miedo a nosotros. El otro día un paciente con una insuficiencia cardiaca no quería venir a hacerse la radiografía por el miedo a entrar aquí. Vienen aquí sólo si no hay otra posibilidad», detalla Dasio, dentro del filandón que se ha montado junto a los dos agentes en el vestíbulo desierto.
Cobertura
La merma en las asistencias presenciales, que se sucede también en los centros de salud del resto de la provincia, no evita que no tengan labor. Para poder cumplir con la atención a distancia, los sanitarios insisten en que «han ayudado mucho los guardias civiles desde el primer día». En un entorno geográfico disperso, su colaboración sirve igual para que «le lleven la medicación a un enfermo que no podía salir a por ella», después de «ir a por ella a la farmacia y pagarla por adelantado», hasta intervenciones más específicas. La última, como relata Laura, otra de las doctoras, fue «localizar a una paciente mayor» de la que no tenía noticias desde hace unos días porque no atendía al teléfono, ni se ponía en contacto, y que «presentaba síntomas compatibles» con el coronavirus. «Fueron hasta su pueblo y la encontraron. Luego ha evolucionado bien», abundan los sanitarios, que detallan que al final no han sabido si tenía el virus porque no había test para poder hacerle la prueba. «Ya la he cogido hasta cariño», apunta Cristina Tapia, que ha vuelto por la casa de la afectada después de la incidencia para comprobar que se mantiene «bien». Aunque no son los únicos casos, como detallan los profesionales de la Sanidad, quienes inciden en que también aportan una «gran ayuda» para el seguimiento de «los pacientes psiquiátricos» del entorno del centro de asistencia del centro de salud, que «son los confinados que peor lo están pasando». «Cuidaos mucho que sois muy importantes para nosotros», ordenan a los dos guardias civiles ya desde la puerta.
Coordinación
Abajo, en el cruce de la carretera, los dos agentes montan el control de vehículos. No hay apenas movimiento. El primero agita una caja de medicamentos cuando el guardia civil le da el alto, le saluda y le pregunta por el motivo de su presencia en la carretera. No hay infracción. Aun así, le pide que suba la ventanilla y ponga el carnet de identidad en el cristal para poder identificarlo. «Es para conocerlos y ver los movimientos», aclara Cristina Tapia. No hay multa tampoco para la segunda, Mari Carmen García, que va «a hacer la compra dos días a la semana» y a diario «al pan». «Aquí, entre comprar e ir al ganado están todas las justificaciones», resume Pablo Montero Iglesias.
Aunque «por lo general la gente cumple» también hay casos de «irresponsables», como apostilla Pablo de la Riva, que acompaña el control. El teniente de la Guardia Civil expone que ha habido operativos en los que se han encontrado con «personas que iban con la caña y las truchas recién pescadas» en la cesta, así como a «quien iba a cazar con el rifle montado y el coche puesto en medio de un camino». «Cómo nos puede decir que va a ir al supermercado con el rifle de caza montado», resalta el portavoz de la comandancia.
Los agentes, con la directora de la residencia El Valle. MARCIANO PÉREZ
Su labor en las carreteras, no se limita tan sólo a estos controles de movimiento. Entre los avisos que les han entrado en las últimas semanas se cuenta también «una asistencia para ayudar a sacar a un rebeco de un canal» en el que se había quedado atrapado, así como operativos de vigilancia ordinarios como los que había antes de la cuarentena. La diferencia, subraya el teniente de la Benemérita, radica en que ahora tiene aún más importancia detectar a personas que «triplican la tasa de alcohol y n o llevan el carnet». «No se trata tan sólo de que pongan en peligro a los demás, sino a que en caso de que tengan un accidente de tráfico obligarán a movilizar para asistirles a un ambulancia, que es un servicio que en esta crisis cobra mucho valor», puntualiza el guardia civil.
En los controles
Aunque «por lo general se cumple», se ha detectado a gente con «la caña y las truchas recién pescadas»
Con el objetivo de prevenir todas estas conductas, los controles «más grandes» se centran en «las carreteras principales», pero no se olvidan de «las secundarias porque son las que dan acceso a la segunda residencias». En estas vías entra el concurso de las patrullas radicadas en los cuarteles de los pueblos. «La excusa cada uno puede tener la que quiera, pero nosotros además somos policía de proximidad. Eso quiere decir que en un control pueden decirnos que van hacer una cosa, pero si luego nosotros detectamos que han ido a una segunda residencia, en la que teníamos controlado que no había nadie en los días anteriores , se les sanciona», avisa de la Riva.
No hay ninguno de estos casos esta mañana en Villablino, donde se levanta el control poco después del mediodía. «Con esto me voy a conocer rápido a todos los de la zona», bromea Cristina Tapia.