Diario de León

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León, la ciudad invisible

- Habitamos León pero la ciudad también nos habita

j. casares

j. casares

León

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León tiene muchas maneras de relacionarse con sus habitantes. La naturaleza, la política, la administración, el deporte... un sinfín de issues que son conceptuales pero que tienen un desarrollo urbanístico que interpela a los ciudadanos a cada paso que dan. Uno de estos temas es la cultura, la que se ve y la invisible porque somos humanos en la medida en que somos historia. Ningún hombre es capaz de vivir y realizarse si se separa del todo político que representa la ciudad porque nuestro desarrollo depende de cómo nos adecuamos a la ciudad para tener un cometido que la haga mantenerse viva.

El patrimonio es en muchas ocasiones un espectador ajeno a los pasos que cada viandante da para generar vida urbana y sin embargo es un agente clave que integra o separa a unos habitantes de otros. No sólo hablamos de monumentos, que también. La inmaterialidad cultural que respiramos es parte fundamental de esta relación. Festivales, charlas, conciertos, tribus urbanas, tascas, comercios, centros gastronómicos, tradiciones, expresiones orales, usos sociales, actos festivos y técnicas artesanales... El patrimonio invisible de León le hace respirar, crecer y enfermar de la misma manera que el monumental acoge o separa, abre fronteras o impone barreras.

Al ser únicos e irrepetibles, los monumentos tienen el poder de transmitir la riqueza económica, social, cultural y espiritual de una urbe, pero también su carencia. Es el caso de León. La capital ha sufrido en los últimos veinte años un desarrollo cultural y patrimonial que podría ser calificado como de arrancada de caballo y parada de burro. El crecimiento que pudo ser posible se quedó por el camino dando lugar a espacios vacíos impregnados por la ruina del olvido. La conexión de La Lastra con la ciudad y la integración con la naturaleza a través del río se ha convertido en una barrera que nadie ve. Lo mismo ocurre con el área de la Azucarera, donde el palacio de Exposiciones no es hoy más que una isla extramuros de la ciudad con la barrera generada por la ausencia de la añorada integración ferroviaria.

De esta manera, el León del siglo XXI no ha cambiado demasiado respecto al conocido del Ensanche y el centro de León no consigue expandirse más allá del germen que continúan marcando los hitos monumentales: Catedral, San Isidoro y San Marcos debido al olvido del Gobierno.

En un momento de desarrollo tecnológico asombroso e inasible el patrimonio tiene la capacidad de devolvernos a las certezas, de situarnos en el centro de la ciudad, en el germen de lo que podemos comprender. Ellos tres nos convierten con su presencia en herederos y, por lo tanto, portadores de los valores del pasado, del hecho de comunidad en una línea temporal que proyecta la ciudad hacia el futuro. Por eso, la construcción de hitos arquitectónicos en centros alternativos al actual y que interpelen al ciudadano al tiempo que se fundan con los espacios naturales son una manera de que la ciudad crezca sin que nadie se quede atrás.

Los estudios urbanísticos que los arquitectos realizan para el desarrollo de las ciudades se vertebran en cuatro ejes: el económico-social, que tiene que ver con el posicionamiento en el contexto nacional, autonómico y global; el medioambiente —implicación con la naturaleza y cambio climático— y los desafíos de la población (envejecimiento, migrantes y reutilización de infraestructuras que, como los colegios, quedarán en desuso por la ausencia de niños).

El patrimonio inmaterial debe convertirse en un agente dinamizador vital para que la más que probable brecha sea reconducible y no se convierta en un factor de división que haga que el componente de encuentro que durante siglos ha vertebrado la polis en un sentido clásico desaparezca.

Por eso, cada vez son más los urbanistas que defienden la necesidad de que, más allá de la monumentalidad, una ciudad se exprese a través de lo que en ella acontece. Es lo que llaman «espacio practicado».

Es imperativo un ejercicio de reflexión acerca de hasta qué punto todos los actores deben generar mecánicas para que la ciudad resista ante el avance de la no ciudad. Las tiendas, los museos, la interacción de los habitantes a través de espacios destinados al ocio podría desaparecer debido al aislamiento de las nuevas tecnologías, que prometen interacción infinita en realidades virtuales.

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