Diario de León

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El cine, dice Gonzalo Suárez, director de El detective y la muerte, es un intento inútil de detener el tiempo. El tiempo, explica en una entrevista reciente, es el gran inasible, lo imposible de atrapar, y nunca te concede la oportunidad de hacer todo lo que quieres.

González Suárez, que nació en el año de la revolución minera de Asturias y es de los que piensa que no se puede disfrutar dos veces de la misma película, solo ve las cosas una vez. Escritor antes que cineasta, y escritor después, en cuarenta años de carrera artística ha engendrado historias con títulos tan sonoros y sugerentes como Rocabruno bate a Ditirambo —y los nombres de los dos personajes que también le han acompañado en su filmografía le llegaron de una carrera de caballos—, El roedor de Fontimbrás, La zancada del cangrejo y El hombre que soñaba demasiado; además de películas del mismo tono como Ditirambo —un héroe atípico que no sonríe nunca y siempre dice la verdad, explica la sinopsis del film—, Epílogo —otro de los títulos donde vuelve a aparecer el mismo personaje junto a Rocabruno—, La reina anónima —donde se arriesga a convertir una pesadilla en comedia— Remando al Viento —en la que se adentra en el origen del Frankestein de Mary Shelly— o don Juan en los Infiernos —basada en la obra de Molière. Una cinematografía nada convencional que según la Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales (Egeda) tras entregarle su medalla de oro durante la última gala de los Premios José María Forqué, le convierte en un talento innovador y un adelantado a su tiempo.

Gonzalo Suárez, durante un tiempo director honorario de la desaparecida Escuela de Cine de Ponferrada, que trajo al Bierzo a talentos como Gil Parrondo, Alejandro Amenábar o Fernando Trueba, también opina que el cine roza lo terrorífico. El cine engaña a la retina con 24 imágenes por segundo. Pero son postales fijas. El movimiento es una ilusión. La realidad que refleja, una quimera. Y lo recuerdo, ahora que le han dado uno de esos premios no buscados, delante de los que entonces éramos jóvenes periodistas de Ponferrada, mientras nos hablaba de las montañas nevadas de Aquiana, lo primero que había visto al llegar al Bierzo, y reconocía que las cumbres blancas que rodean la ciudad en invierno le habían estimulado la imaginación. Nunca se sueña demasiado.

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