Diario de León

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Parece que el movimiento tectónico al que asistimos en los últimos meses en León no vaya a terminarse nunca. Desde agosto dura la cosa de la peatonalización de las calles y la apertura de las nuevas que alumbrarán una nueva ciudad. Desde aquí pido que en todas las nuevas vías se prohíba el paso de coches o, por lo menos, en la de la menda, que estoy hasta los pelos de pasar aspiradores y bayetas y comprar bayetas y bolsas de aspiradores, de vaciar la rumba, de pasar la mopa... por culpa de los tubos de escape, exhausted , que ya no puedo más. ¡Yo también quiero librarme de la esclavitud del trapo! Paseaba el martes a través de la noche y me di de bruces con el aparcamiento en que han convertido la plaza de San Isidoro y su aledaña Santo Martino, un cementerio de coches fuera de lugar que demuestra que en esta ciudad lo de menos es proteger la belleza, que eso de la movilidad no se conjuga en función del patrimonio sino de los que prefieren plantar sus cagadas en el sitio más cercano a la cama. ¿Para cuándo sacar la porquería del centro? ¿De verdad León, cada vez más chiquita, de día en día con menos habitantes, puede permitirse tener calles cosidas de aluminio, plástico y caucho?

Ahora que el PSOE ha llegado al Gobierno y nos lo va a dar todo no estaría de más rescatar el proyecto del tranvía para trazar la habitabilidad de la ciudad como paso final a la llegada del tren hasta Padre Isla. Creo que lo vamos a conseguir porque Javier Cendón estaba ayer especialmente dichoso, con una alegría que sólo se explica si ya le han nombrado secretario de Estado o si sabe que por fin se va a convertir en el prelado de las inversiones para su provincia. Si, ya veo que piensan como yo.

De nada vale lo que Pedro Sánchez está a punto de disimular para que los chicos de la Diputación sigan en sus sillones —todo lo que no se haga ya no se hará en los próximos tres años y pico— si no nos libramos del tubo de escape de la movilidad del siglo pasado. Ayer soñé que Alfonso IX hacía como Godofredo de Miramonte contra el coche de La Poste y espada en mano se abalanzaba contra los aparcados a sus pies.

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