Diario de León

Seguridad y derechos humanos   Arturo Pereira

Leyendas que necesitamos creer

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S olo nuestro sentido de lo pragmático nos obliga a discernir entre lo que es real y lo que no lo es. Otra cosa es que acertemos, o no. Somos personas del siglo XXI para las que la ciencia y la tecnología son una verdadera religión, no caben las leyendas en nuestro ideario, no cabe aquello que no podemos probar científicamente.

Parece un poco triste el que hayamos perdido la capacidad de combinar la realidad con la ficción , más allá de algunos reductos como el cine o el teatro. Pero son artes escénicas en las que nos dan todo hecho, bien hecho por cierto, pero nosotros no jugamos ningún papel activo. Sí, sentimos, de alguna manera vivenciamos lo que vemos en la pantalla o en el escenario, pero nuestra imaginación está inactiva.

Recientemente he leído un libro de un autor, he de confesar que desconocido para mí, José Enrique Ruiz Doménec. Su obra se titula La Novela y el Espíritu de la Caballería. Me sorprendió su análisis desde una perspectiva literaria, filosófica y política de las novelas medievales de caballería.

Entiende la caballería de los inicios de la Edad Media, no solo como una forma de vida, si no como un compromiso vital que configuró la forma de ser europea como una raíz más junto a Grecia y Roma. Siempre consideré las leyendas del rey Arturo de Camelot o el Caballero errante, como eso, leyendas o narraciones noveladas.

Pero, al leer este libro descubrí que el rey Eduardo III de Inglaterra quiso hacer realidad el ideal de caballero que se deriva de las leyendas artúricas. Un rey que creó la Orden de la Jarretera, que comenzó la Guerra de los 100 Años y que en general sacó a Inglaterra de su letargo y de su atraso. Fue el padre del Príncipe Negro, caballero por antonomasia.

Se dio cuenta de que el espíritu de la caballería era útil a la construcción del Estado. Apoyó en su corte a todos los que se comprometían con este ideal. Dice el autor que el cuerpo social de la caballería del siglo XIV proyecta un mundo cuyo fin último es aplicar las enseñanzas de la novela a la sociedad.

Entre la realidad y la ficción desaparecen las fronteras, y así, frente a novelas declaradas como tales, aparecen biografías de verdadero caballeros andantes que siguen una vida sin parada, sin cuartel en el que descansar, y sin sosiego mental provocado por la búsqueda excitada de aventuras. Buscan en los torneos, pero buscan fundamentalmente en la guerra dar satisfacción a las ansias de gloria.

Pero, si bien la guerra es importante como medio y destino, lo es también la búsqueda hacia su interior a través de un ejercicio de introspección que otorgue la indulgencia ansiada confirmando la coherencia entre el sentir y la acción del caballero. Necesita para alcanzar la paz la confirmación de una dama que avale la limpieza de su corazón y de su mente. Por eso ama desmedidamente, ama lo que hace y a su dama a la que evoca en cada una de sus batallas a modo de talismán.

En esto estábamos, cuando hizo su aparición el Quijote. Aquí, nuestro autor no es muy magnánimo y lo acusa de matar la novela de caballerías. Historia conocida por todos, ridiculiza todo lo anteriormente escrito de los caballeros. Un nuevo mundo hace su aparición, no hay lugar para un sano romanticismo, solo el que surge de la locura de D. Quijote por Dulcinea. Cervantes se convertiría así en un verdadero genocida de la leyenda de la caballería andante. Solo nos queda esa expresión, caballero andante. ¿ Ha merecido la pena eliminar un mundo medio real medio ficticio como inspiración de nobles jóvenes?

Quizás debamos indultar de tan execrable crimen a quien no lo merece. ¿Quién no quiere ser un poco Quijote en este mundo tan tecnológico, tan científico? ¿Por qué no ver gigantes donde hay torres eléctricas?

Las leyendas de caballería sirvieron para construir el Estado en la Edad Media
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