Diario de León

El Mirador Felipe Benítez Reyes

La gracia

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L a amnistía es una medida de gracia que a veces puede acabar resultando una medida graciosa. Esta de ahora lo es: quien agradece la medida de gracia no es quien va a beneficiarse de ella, sino quien la concede. Más gracioso, en fin, imposible: Sánchez dando las gracias a Puigdemont por haber aceptado que lo amnistíe.

Al fin y al cabo, la negociación se ha regido por la vieja norma del comercio: el cliente siempre tiene razón, y en este caso la clientela ha sido exigente: ya que van a amnistiarte, que te amnistíen bien y a tu gusto, no al capricho del Código Penal.

Una de las fórmulas usadas para dirigirse a los reyes de Inglaterra es la de ‘su graciosa majestad’, no porque los reyes de allí sean especialmente graciosos, sino por su potestad para otorgar gracias, en el sentido que fija el diccionario de la RAE en la tercera acepción del término: «don o favor que se hace sin merecimiento particular; concesión gratuita».

Visto lo visto, no estaría mal que adoptásemos esa fórmula y hablásemos de nuestro gracioso presidente y de nuestro gracioso expresident, ya que ambos han demostrado disponer de una gran reserva de sentido del humor: al mismo tiempo que los miembros del Gobierno hablan con entusiasmo de la normalización (¿de veras?) del conflicto catalán, los principales responsables catalanes del conflicto pregonan su intención de reavivar el ‘procés’ y de volver a convocar unilateralmente un referéndum de autodeterminación.

Es la gracia que tienen estas cosas: el Gobierno amnistía al independentismo catalán, pero está por ver que el independentismo catalán amnistíe, a corto o medio plazo de la legislatura, al Gobierno español.

En mi bola de cristal acierto a entrever que, como pago único por la amnistía, los siete parlamentarios de Junts apoyarán al Gobierno central en la aprobación de los Presupuestos Generales para 2024, entre otras cosas porque les da casi igual lo que se presupueste: ellos viven anticipadamente en su país imaginario. Esquerra es posible que se muestre más prudente, pero hay que tener en cuenta que ambos partidos van a iniciar a partir de ahora una competición para ver cuál de los dos ofrece más fantasías patrióticas a los hechizados por la utopía de la república catalana.

Ya se imagina uno, en fin, la entrada napoleónica de Carles Puigdemont en su patria tras el amargo y largo exilio en Waterloo. Una escenografía digna de una película bíblica de Cecil B. DeMille, sin duda. Y bien está que sea así: el héroe civil al que algunos suponen que huyó de la justicia en el maletero de un coche se merece de sobra un desagravio triunfal y lo más gracioso posible.

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