Diario de León

Cuarto Creciente
 Carlos Fidalgo

El desván de Luis Mateo

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A Luis Mateo Díez vinieron a salvarle sus personajes. Convencido, como decía Irène Némirovsky, de que una gran novela es un callejón de gente desconocida, el autor de Días del desván y de todas las narraciones del reino de Celama, su Comala y su Macondo particular, se apoyó en sus criaturas la primera vez que vinieron a alejarle del olvido, que es la verdadera muerte de un escritor.

Cuándo sucedió eso, no lo sé. No conozco a Luis Mateo lo suficiente como para saber en qué momento nació su primer personaje. Pero seguramente le ocurriera de niño, en el desván de su casa. O en la biblioteca de su padre Florentino, rodeado de clásicos, quizá la mañana en que empezó a leer Don Quijote de la Mancha. O durante un filandón, con la nieve en la montaña de Villablino, en esa posguerra que le robó la infancia.

A Luis Mateo Díez nada le interesa menos que él mismo. Y esto —dicho en Alcalá de Henares, delante de los Reyes de España y del presidente del Gobierno para recoger el Premio Cervantes— es toda una revolución. ¡Qué escándalo, Luis Mateo reniega de la autoficción! ¡El Premio Cervantes nunca escribe de sí mismo!

A Luis Mateo Díez también le ha salvado el humor. Y la curiosidad. Y su imaginación fecunda. Nos ha llevado por la nieve, por el valle, por el páramo desolado. Por el desván de su infancia, sí, y por una residencia de ancianos siderales, también. Nos ha guiado entre fantasmas y espíritus cansados, nos ha mostrado cómo brilla la pobreza, cómo deslumbra la derrota.

Y son sus personajes, sus ‘héroes del fracaso’, como le gusta llamarlos, los que le han salvado, guiados por ese ‘reincidente perdedor’ que fue Don Alonso Quijano.

Incapaz de convertirse en un personaje, Luis Mateo ha emprendido un viaje por un mundo paralelo, bien acompañado por una hilera de nombres estrafalarios; Albano, Belado, Ceria, Dorencio, Enadio, Fidio, Gabino, Mardina, Osina, Atimio, Zarza... Son la Santa Compaña de Luis Mateo. Y mientras otros autores con más ventas y menos talento hablan del feeling que sienten cuando firman libros en el caos de Sant Jordi, con el ego por todo lo alto, el creador del reino de Celama sigue caminando a sus ochenta y dos años por un territorio más fértil, sin duda menos poblado, al encuentro de nuevos desconocidos que le ayuden a salvarse de sí mismo.

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