Albérchigos
Por julio, que era por julio, cuando hace la calor madurar en riberas y páramos leoneses las primeras frutas tal que cerezas, perucos («peritas de san Juan» por la España alante) o albaricoques, maduraban también en las Eras de Renueva los albérchigos de la huerta del señor Jalón... para su desgracia y la de los tordos, porque el viejo comando de guajes saltapraos del barrio de San Esteban no les dejábamos madurar y así no lograban hincarle el pico. Aquel frondoso alberchiguero nos lo brindaba fácil al desbordarse sobre el camino traspasando la tapia y ahí no hay ley que castigue su pillar al no ser pillaje, sino viejo derecho. Los comíamos casi verdes y nos sabían requetebién a fruta prohibida, que lo era aún más en el caso del gran arbolón de perucos que había junto al aljibe del campo de deportes de los agustinos donde, ahí sí, el asalto era invasivo y algo delincuente, pero piadoso y necesario, pues nadie los recogía. Lo curioso es que hoy ya nadie llama albérchigo a los albérchigos (así se decían en el ultramarinos de la familia) y los meten sin más en el fardel de los albaricoques, siendo distintos, aunque misma familia. El albérchigo nos llegó del árabe «al-bersiq», que a su vez viene del griego «persikon» que significa «de Persia», patria original de esta fruta de piel color amarillo muy subido que tiene una mancha sonrosada encendida por la parte donde más le da el sol. Por el contrario, el albaricoque es de un naranja intenso, incluso rojizo, y su nombre procede del árabe, «al-barquq», que también la tomó del griego «berikokon», que significa «que madura pronto». Mi julio, pues, sabe a vacación escolar recién estrenada con cerezas que nos colgábamos de pendientes en las orejas imitando en burleta a las niñas... sabe a perucos con indulgencia frailona y albérchigos de aventura... sabe a bici alquilada donde Senén para escaparnos hasta Carbajal o al pozo del Burro en el grijoso Bernesga, donde La Chon, lugar maldito y prohibido. Y hoy un julio dulce repica nostalgias que el neurobiólogo receta como medicina para superar las turbulencias y desánimos que aquí nos brinda hoy lo podrido y la maldad.