Diario de León
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Panorama | josé maría romera

Cuando anunciaron que el contenido del pabellón español en la Expo de Shanghai iba a girar en torno a un muñeco con aspecto de bebé sobrealimentado, nos temimos lo peor. Nos vino a la cabeza, una vez más, esa tendencia posmoderna a infantilizarlo todo que tan buena acogida ha tenido entre nosotros. Si además la autora de la idea era una directora de cine, la prevención estaba doblemente justificada. En los últimos tiempos el celuloide anda empeñado en sorprender al espectador a base de efectos especiales en vez de sacudir su conciencia, invitarle a pensar o hacerle reír con ingenio. Sin embargo parece que el autómata de Isabel Coixet ha dado en el clavo. Desde sus seis metros y medio de altura, Miguelín transmite al visitante algo de mayor calado que un simple anuncio de juguetes. Este Gulliver precoz les habla a los liliputienses que acuden a verlo de cosas como esperanza, porvenir y protección del planeta.

Pero lo mejor no es eso. Es que la gente lo entiende. Los símbolos, por ricos en significados que pretendan ser, suelen tener el problema de la interpretación. Uno viaja por el mundo y, aunque lo haga con el diccionario de Cirlot a cuestas, tropieza por todas partes con signos a los que no sabe qué significado atribuir. Es lo apasionante de la diversidad cultural, esa continua fuente d e malentendidos. Y todo se complica en una era del diseño y de la imagen que ha reforestado los bosques de símbolos de Baudelaire hasta convertir el universo de la comunicación en una jungla atestada de maleza. Dicen que Miguelín no sólo ha vencido al caos sino que provoca una sorprendente aprobación unánime en todos cuantos lo ven. En China los niños son un bien escaso. Los niños macho, porque una buena porción de niñas hembra guarda cola esperando la mano adoptiva que las rescate de su incierto futuro; es otra cuenta pendiente -junto con la abolición de la pena de muerte y ciertos asuntillos relacionados con los derechos humanos- que habrá que aclarar con estos orientales antes de cederles el timón de la nave. os niños nacen con cuentagotas y una vez nacidos se convierten en especie protegida. Si para nosotros una criatura recién venida al mundo representa la inocencia, el candor y los nobles sentimientos en general, para los chinos -esos espirituales hijos de Confucio- es una inversión a medio plazo. Donde nosotros vemos ternura, el amigo chino ve dividendos.

Es como llegar al mismo destino pero por diferentes itinerarios: todos conducen a la imagen del bebé mastodonte como un semidiós objeto de veneración. Total, que el símbolo ha funcionado y no estaría de más tenerlo en cuenta como recambio una vez que se agote , si se agota, el que en estas semanas triunfales está sirviendo de carta de presentación de España ante el mundo. Entre ser identificado por un niño o por una camiseta, uno se queda sin dudarlo con lo primero.

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