Insignificancias

El problema de los políticos es que se sienten tan inmensamente alejados de la realidad, que no son capaces de empatizar con los problemas (perdón por el eufemismo) que cada día oprimen a los ciudadanos. Se ha visto claramente esta semana con la astracanada de los sobresueldos, y llueve sobre mojado. Ay!, el decoro y las formas... la educación... el respeto. Hace tiempo que son palabras en desuso, y ya se sabe que cuando un significante desaparece del lenguaje, el significado al que hace referencia muere con él. Porque ¿cómo definir a Miguel Sebastián comparando la subida eléctrica con el precio de un café? Pero claro, lo de algunos políticos de León raya la obscenidad. Cobrar un sueldo por un trabajo que no se ejerce es no sólo inmoral sino ilegal, o debería serlo. Sobre todo ahora que ya parece claro que vamos encaminados a ligar nuestros salarios a la productividad. Mi pregunta es si a los políticos se les va a remunerar con igual aritmética. Porque claro, como dice el diputado y alcalde del PP, José Antonio Velasco, «todo esto es totalmente injusto». Lo que no dice es para quién. O esa de Pedro Nieto, procurador del PSOE, que -"sin rubor-" «¿Qué dinero quieren que devuelva? No tiene ningún sentido». ¡Toma alarde de chulería! Estamos en el paraíso del pensamiento burdo, de la insignificancia, de una relación con el poder basada en la sumisión y el infantilismo. Lo malo es que, por lo general, este silencio ovino suele preceder a terremotos sentimentales de consecuencias ya conocidas.

En Francia, la hija de Le Pen, se ha revelado como la prima donna de las encuestas. Su discurso, directo a las entrañas de las clases trabajadoras que pasan todos los días de la semana al sol, se ha colocado por delante del de Sarkozy y del candidato de la izquierda. En una ocasión, los franceses ya tuvieron que elegir el peor de los males con el padre de Marianne y se decantaron por la corrupción. El caso es que esto es España y las reacciones de los españoles no siempre son previsibles. El presidente de Mercadona, Juan Roig, aseguraba esta semana que lo peor de la crisis está aún por llegar. Cada vez será más difícil mantener la templanza en una sociedad hambrienta que ve como una clase ociosa se queda el racimo de uvas.