Diario de León
León

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Con los despojos del 2011 se prepara el emecido de este 2012 que amanece. Un año que vendrá cargado de garbanzos de viernes para la mayoría, ahora que la moda de los recortes se ha convertido en una barra libre en la que todo queda para los que despachan, mientras los clientes que pagan se entretienen con cargar a canguilón el orujo del café en el que antes sólo echaban las gotas. Un consuelo para sobrellevar el empacho de declaraciones públicas en las que amenazan al ciudadano con la austeridad, la contención del gasto y la optimización de recursos los mismos apóstoles que hace poco más de un mandato pregonaban la política del tú gasta que alguien vendrá a pagarlo .

La patente igual vale para desbrozar de gastos los presupuestos que llenaron antes de nóminas que procuraban pesebre a los afines en organismos y departamentos inservibles —en un alarde de cinismo sólo propio de quien es capaz de reservarse el mérito de apagar el fuego cuando prendió la cizaña— que para empezar a cargar contra la profesionalidad del sistema sanitario. Amenazas veladas que la Junta ha empezado a descargar sobre los trabajadores con el aviso de que tendrán que trabajar más y cobrar menos. El criterio mercantilista en el que pretende resolver con un logaritmo el kilo de paciente por hora de quirófano, consulta o estancia en el hospital, mientras anuncia que no prorrogará contratos y adelgaza el equipo de especialistas que atiende las urgencias médicas.

La medida se lee en la cenefa que han cosido a la cortina tendida con el aumento de la jornada laboral para los funcionarios. Un sector sometido de nuevo a escarnio público para mofa del tópico que les adorna como vagos, cultivado desde Larra hasta los cronistas más actuales afines al régimen, que meterá por la puerta de atrás una reforma laboral para todos, en la que se reservará una cláusula que obligue a los trabajadores a disponer de un agujero en el que les quepa una escoba para que cuando anden puedan barrer a la vez.

Va a ser un año muy largo, que amenaza con durar más de doce meses. Semanas interminables en las que volver a las recetas de antes, cuando la escasez enseñó a que no se podía tirar nada de los días anteriores porque todo hacía plato. Como aprendió Julia a la sombra de la peña de Rabanal de Luna: hay que atalancar.

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