Diario de León
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León

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Creídos por los modales de lobos de la Toscana no descubrimos la impostura hasta bien entrado el cuento, cuando las noticias que generaban abrían a diario el Sálvame en vez de la parrilla financiera de Bloomberg. De siempre se miró con respeto los ademanes que deslizan los hombres de negocios cortados por el patrón del zapato fino y la indiferencia hacia el sudor y el esfuerzo; así, resulta difícil advertir si se está ante un multimillonario con conciencia filantrópica o un trilero sin escrúpulos que da el cambiazo del chanel con una estela de pachuli number five. No puede haber muchos lugares en el mundo en los que puedas comprar trescientos empleos y un negocio de medio siglo de prestigio por el precio de un café y aún te sobren veinte céntimos en las vueltas, y logres que los caciques locales consientan retratarse a tu lado (hay fotos), sin sospechar ni siquiera del hedor que lleva el envoltorio. Quedan pocos sitios en los que 166 céntimos bastan para dar legalidad al pillaje, a plena luz del día y con la cara descubierta. Por cara no iba a quedar. Me ponga los puestos de trabajo sin limpiar, y diez hectáreas de industria química fileteada. No lo triture, que es para hornear. Un euro, caballero. Ay, si Alexander Fleming levantara la cabeza y descubriera qué bajo cayó aquel carteo de fianza y admiración con el que avaló el emporio que floreció en las praderas del Cerecedo. Trincaron la pasta y corrieron mientras les hacían la ola, camuflados de agentes sindicales dobles que alumbraban a los trabajadores con luz de gas. El botín es de órdago; se llevaron una beta de oro que parecía inagotable y hasta sirvió para comprar un banco y echarse a la espalda la esperanza de una provincia, cuando había esperanza, y construir un modelo industrial irrepetible. Hay pocos lugares en los que se pueda perpetrar la fechoría y encima conseguir no ya no pasar la siguiente década a otra sombra que no sea la de los cocoteros del Caribe, sino que las instituciones te colmen de lisonjas. Pones a trescientas familias contra las cuerdas de la precariedad social y sólo te echan el lazo cuando se abren diligencias para buscar el Panamera. Pasó con Al Capone, trincado por un despiste del contable. Por tirar del hilo conductor de la analogía, sólo en el ámbito donde se plantó el árbol de Biomédica se puede comprar con la misma impunidad el sustento de media ciudad como un billete de autobús.

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