Veinte años después

H ace veinte años, Felipe González era presidente del Gobierno en funciones. Había perdido las elecciones frente a José María Aznar y el PP se preparaba para gobernar en España.

Se hablaba de los GAL, de las cloacas del Estado y la X innombrable. Se hablaba de corrupción —eran los días en los que Mario Conde se caía de la cúpula de Banesto— el país vivía una crisis económica con tres millones y medio de parados, el déficit público asustaba y la deuda se había disparado hasta los 60 billones, con be, de pesetas.

Hace veinte años el PSOE había perdido las elecciones —derrota dulce, la llamaron, porque cayeron sin descalabro—Aznar estaba listo para gobernar en minoría —tenía 156 escaños y necesitaba el apoyo de los nacionalistas catalanes— y González, que rechazó el título nobiliario que le ofrecía el rey por coherencia con su ideología, se disponía, sin embargo, a abandonar la primera línea de la política por una puerta giratoria.

Hace veinte años la minería ya estaba en crisis. Se hablaba del Plan del Carbón, de la reactivación de las cuencas mineras, de las alternativas a la extracción del mineral. Faltaban dos marchas negras para que el sector entrara en agonía. Nadie discutía el futuro de la térmica de Compostilla a corto plazo. Y el carbón limpio y la Ciudad de la Energía eran una utopía, lejos todavía de concretarse en una promesa electoral (fallida).

Ismael Álvarez era el alcalde de Ponferrada. Gobernaba en minoría, todavía. Y ciudad mantenía una montaña artificial junto a su casco urbano, una enorme escombrera de carbón que crecía como una inflamación. La avenida de Pérez Colino no existía. La plaza de Lazúrtegui estrenaba glorieta. No había centro comercial. El barrio de La Rosaleda era una parcela. Ni sombra de su rascacielos.

Hace veinte años, en un día semejante al de hoy, publiqué mi primer artículo como redactor de este periódico. Fue un caso de abusos sexuales a menores y la actualidad me pareció, aquel día inhóspito, un toro mecánico que iba dando sacudidas. Veinte años después compruebo que las historias, los temas, los temores, se repiten, como si viviéramos en un bucle. Cambian los nombres, los matices, pero el toro sigue embistiendo a quien trata de atraparlo.