Diario de León
León

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Según algunos y algunas, ser conservador es algo de lo que conviene no ya recelar sino salir escopetado. A mí es un concepto que me dice muy poco, si no conozco a la persona a la que se le aplica, o que dice serlo. Me pasa lo mismo con progresista, intelectual, pacifista, liberal… Necesito algunos datos más para hacerme una idea de sobre lo que me hablan, y bastantes más para creérmelo. Es la persona concreta y su conducta la que me hacen entendibles sus ideas políticas. Conservador resulta término demasiado amplio para servir de etiqueta inequívoca. Se preguntará don Pío: «Yo creo que las mujeres deberían volver a utilizar el corsé y los hombres a levantarse las puntas del mostacho. ¿Soy conservador?». Lo que usted necesita es una plaza en el frenopático, que se decía antes. Seas lo que seas, debes serlo de tu tiempo, y esto sirve para la derecha y para la izquierda. Ahora bien, no lo confundamos con solo admitir el hoy y el ahora. Si en el siglo XXI alguien se declara franquista lo suyo no es conservadurismo, sino que vive en formol. Pero también existen reaccionarios de izquierdas, convencidos de que Fidel fue un bendito. Qué se lo digan a los homosexuales que encarceló. Dime qué deseas conservar y te diré quién eres. En política, nostalgias las justas. Nuestra sociedad no necesita hacer tabla rasa de todo, sí someterse a una profunda autocrítica, pues si bien algunos de los males que nos afectan son comunes al resto de países democráticos, otros nos singularizan.

Trump no es conservador, sino capitalistazo. Conviene no confundir esto. A él la profesora de danza del vientre se le desplaza a la mansión y en las clases no pone a Perales, sino la marcha del Séptimo de Caballería. Capra sí era conservador, creía que, pese a todo, es bello vivir. Era católico. Y nació en Sicilia.

El conservadurismo político no debe ser un puritanismo, tampoco un chulesco el que sea pobre que le den. Debe ofrecer un norte ético, aglutinador de corrientes. Lo primero que urge conservar es la cordura. Y ese puñado de verdades que nuestros abuelos les inculcaron a nuestros padres, en una cadena ética y genética que sigue siendo válida. La armadura puede seguir en el trastero, no así la caballerosidad.

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