Diario de León

TRIBUNA

León necesita más cines

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HAN cerrado los cines Pasaje. La última película que vi en ellos fue La ciudad sin límites. La primera no la recuerdo, pero sí la emoción del primer episodio de La guerra de las galaxias. Y, entre una y otra, entre el amor adolescente que sentí por la princesa Leia y las añoranzas del París donde enloquece y se redime el personaje interpretado por Fernán Gómez, parte de mi vida de chico del barrio de El Ejido ha sido filtrada, enriquecida y transformada en la sala oscura de un cine cuyas carteleras ya echo de menos. Claro que no es el primer cine que cierra sus puertas. Al céntrico y elegante Condado lo transformaron en sala de bingo. El Nuevo Crucero sobrevivió los últimos años con sesiones golfas, especialidad que le venía muy bien a una sala fronteriza, casi clandestina, al otro lado de una frontera fluvial cuyo paso al anochecer ofrecía su nada despreciable dosis de aventura. El Trianón, junto con el Emperador uno de los dos grandes anfiteatros al estilo italiano, organizaba durante las vacaciones de Navidad proyecciones matinales y sesiones continuas, y, algún tiempo después, maratones de fin de semana, y hasta estrambóticos experimentos de sinestesia: películas «con olor», efecto conseguido con unos cartoncillos de «rasca y huele», utilizados según las indicaciones que aparecían en la pantalla. Ya más lejos en el tiempo quedaron el Mary y el Azul, de los que la ciudad conserva memoria en los pasajes de Ordoño II. Las multisalas revolucionaron la exhibición cinematográfica. La ciudad de León tiene ahora mismo tres cines y diez salas comerciales -seis en los Van Gogh, tres en los Kubrick, donde se ubicaba el antiguo cine Lemy, y una en el Emperador, que pronto dejará de cumplir esa función-. Es un índice muy bajo de salas por habitante, teniendo en cuenta que sirven a una población de unas 200.000 personas, si sumamos los municipios de León y su alfoz y San Andrés del Rabanedo. Además de esa escasez, nos encontramos con otro inconveniente. Las habituales prácticas de distribuidores y exhibidores condenan a multitud de películas al cuarto trastero, en beneficio de aquellas otras publicitadas hasta la saciedad. es cierto que, tanto la Filmoteca de Caja España como el Cine Club Universitario intentan paliar los clamorosos olvidos de las salas comerciales, programando cintas muy recientes, a menudo exitosas de público y crítica, premiadas en certámenes y festivales, y que de otro modo no hubiéramos podido ver. Sin embargo, esa voluntariosa labor tiene unos límites propios de horario y función: se proyectan en sesiones únicas a las que en ocasiones no podemos acudir, por mucho que sea nuestro interés. Los últimos datos de la industria del cine muestran un descenso en la recaudación y en la asistencia de público. El cine español vive de unos éxitos más que discutibles, y varios rodajes han tenido que posponerse por la crisis de las llamadas plataformas digitales, es decir, las televisiones de pago. El cine es una industria, lo ha sido desde sus comienzos. Pero también es algo más. Es, como la literatura y el teatro, un territorio de la ficción. Una ficción compuesta de imágenes y sonidos que complementa y enriquece eso que llamamos la realidad o la vida cotidiana. León necesita más cines, para que tengamos la posibilidad de optar por más y mejores películas. Para que, a pesar de las toneladas de chucherías y los litros de bebidas azucaradas, nos dejemos embaucar una y mil veces por la luz que colorea la pantalla y multiplica la limitada experiencia de nuestras vidas.

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