Diario de León
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Cuando se rememora, a través de una lectura o un audiovisual, los atroces episodios que tienen lugar  dondequiera que acontece la ruptura de las encofraduras  básicas del orden social, nos preguntamos, consternados, qué fragil e ilusorio es todo progreso, toda «civilizatio».  

No importa la geografía ni la étnica: la violencia de la Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin no es diferente ni mejor a la Camboya de Pol Pot o la Ruanda de los tutsis. Una simple cadena de circunstancias adversas puede bastar para convertir mil años de tolerancia y cohesión en una bacanal de agresividad y barbarie.  

Hace un año ya que empezó la guerra. Esa guerra que atormenta el patio de atrás de la Europa de las Luces y de las  Libertades. Parecía algo imposible en el siglo de internet y,  después de iniciada,  que  duraría unas semanas  pero es posible que no acabe en un lustro y, aún peor, que  mute en variante de un virus más terrible a punto de estallar.  

Hace un año ya que empezó la guerra

 Las imágenes de la devastación han dejado de asustarnos porque la insistencia de los media acaba por degradarlo todo. Pero esas imágenes son clavadas de  las que nos llegaron de las ciudades de Alemania al final de la Segunda Gran Guerra. Edificios enteros desollados por las bombas, calles con las tripas al descubierto, montoneras de cadáveres,  expuestos al escarnio. Y en ese escenario de pesadilla, cuadrillas desorientadas de residentes zombies, con el horror lacrado en sus rostros, en busca de una fogata donde calentarse, un puchero donde llenar la tripa o un sótano donde guardarse de las bombas.

Pero no son los dirigentes que nos dirigen los culpables de esta barbarie, son los electores que los eligen la causa de todo esto. Vivimos, los europeos, en un mundo de derroche  donde nos sobra de todo y no nos saciamos de nada. Rodeados de gadgets de todas las hechuras y formatos, que nos sirven y ayudan en todas las tareas. Pero nuestra conciencia, nuestra moralidad no está muy distante del chimpancé.. ni de la rata.

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