Diario de León

Las Cabezadas, una tradición de 865 años

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La Fiesta de las Cabezadas, ceremonia netamente leonesa arraigada en el libro mayor de esta urbe regia, atesora unos originales rangos protocolarios, entre los cuales destacan de modo prevalente las reverencias y cortesías que llevan a efecto los munícipes consistoriales y los capitulares isidorianos, es decir, las profundas inclinaciones que entre la expectación y el regocijo popular realizan a la hora de la despedida los representantes de las dos instituciones implicadas en el ritual: Ayuntamiento de León y Cabildo de San Isidoro.

Esta curiosa tradición, que alcanza ahora una vigencia de 865 años, se remonta al año 1158, en pleno reinado de Fernando II, monarca leonés, hijo del emperador Alfonso VII y, por ende, sobrino de la hermana mayor de éste, la infanta-reina Sancha Raimúndez, «gran sierva de Dios y esposa espiritual de San Isidoro», en palabras del Tudense, cuando una prolongada sequía asolaba los campos leoneses. Sacados en rogativa los restos del Doctor de las Españas, al llegar a Trobajo del Camino, «casi dos millas fuera de la ciudad», los presbíteros portadores efectuaron un descanso. Entonces, la lluvia se hizo tan pródiga que al reanudarse la andadura ni siquiera los más fornidos mozos fueron capaces de levantar las andas que contenían las sagradas reliquias, atascadas como estaban en el suelo.

A conocimiento de la citada Sancha, cuya memoria honra y recuerda actualmente la mencionada localidad trepalense con la titularidad de una rotonda, llegó esta contingencia. Y como refiere Lucas de Tuy en el capítulo XLI de los Milagros de San Isidoro la regia dama, «se fue luego a gran prisa para aquel lugar donde el santo cuerpo estaba; y al tiempo que así vino la reina, la comunidad y vecinos de la ciudad de León hicieron juramento solemne de nunca más sacar el cuerpo santo de su iglesia, si él tuviese por bien de ser tornado a ella (…) y los pueblos vecinos todos que allí estaban prometieron pagar cada año para siempre jamás cierto censo a San Isidro, si como es dicho quisiese ser tornado a su iglesia». Y añade el canónigo regular isidoriano: «así como la reina con sus manos tocó las andas en que estaba el santo cuerpo, luego se movió aquel lugar, y todos tuvieron gran temor y se espantaron de verlo, y por la voluntad e inspiración de Nuestro Señor se llegaron luego allí cuatro niños chiquitos y levantaron las andas, las cuales cuatro hombres muy valientes, apenas podían levantar…».

Los orígenes de la ceremonia, conocida también como del Foro u Oferta, tienen, pues, su raíz en el milagro más popular entre los leoneses atribuido a San Isidoro, «Patrono de este nobilísimo Reino», en palabras del Marqués de Fuente Oyuelo, que en 1693 recopiló en el Resumen de Políticas Ceremonias, con que se gobierna la Noble, Leal y Antigua Ciudad de León, Cabeza de su Reino, los honores y preeminencias, las prácticas y costumbres religiosas y civiles «que siempre ha usado y guardado esta Ciudad». En el capítulo XXXII de la mencionada obra recoge el mencionado noble leonés el desarrollo del acto, acordado días antes por las legacías canonical y municipal.

El ceremonial se efectúa el último domingo de abril, en el caso de este año del Señor de 2023, el próximo día 30. Precedida por los sones anunciadores del clarín y el timbal, la Corporación Municipal, en ‘forma de ciudad’, parte de la Casa de la Poridad portando el Pendón Real de León y llevando consigo un cirio de arroba miniado con la imagen de San Isidoro y el escudo de esta antigua Corte de Reyes, así como dos hachas de cera. Apenas iniciada la marcha, cumpliendo el protocolo establecido, entrega al párroco de la iglesia de San Marcelo, emplazado en la puerta sur del templo advocado por el patrón de la Ciudad, otras dos hachas en concepto de limosna.

Al filo del mediodía, la representación edilicia alcanza la plaza de San Isidoro, enclave donde aguardan las autoridades civiles, militares y académicas y una gran cantidad de público. Minutos más tarde, el Cabildo Isidoriano hace su aparición en el atrio basilical, acompañado por las damas y caballeros de la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro, fundada en 1147 por el precitado emperador leonés Alfonso VII. Luego, a instancias de los emisarios municipales, —el edil de más edad, la secretaria del Ayuntamiento y el Intendente de la Policía Local—, el abad isidoriano viene al encuentro del Corregidor.

Tras los saludos rituales, ambas autoridades, del brazo y seguidas por ediles y canónigos que se han interpolado previamente, se encaminan hacia el claustro procesional, lugar de celebración de la pugna dialéctica, en cuyo transcurso el síndico municipal defiende la voluntariedad de la ofrenda y el capitular alega que la recibe en calidad de foro, es decir, de voto u obligación. Por supuesto, no hay acuerdo. El hecho se refleja en las actas correspondientes. Y hasta el año siguiente.

A la finalización de esta pugna verbal, se celebra la Eucaristía. Y es en el momento de la despedida cuando las clásicas ‘Cabezadas’ adquieren carta de naturaleza. Se trata de tres notables reverencias que conllevan profundas inclinaciones del cuerpo y de la cabeza. Son tres muestras de respeto y cortesía que eliminan discrepancias y fomentan la curiosidad popular. Luego, la municipalidad y el Cabildo Isidoriano retornan a sus respectivas sedes. De esta manera, un año más, se cumple la tradición.

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