Diario de León
León

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Cicerón pronunció, en su primera Catilinaria, la famosa frase: ¿«Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra»? Es decir: ¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, (aquí pongan el nombre del personaje en el que están pensando) de nuestra paciencia? La respuesta actual del personaje en cuestión es: «Todavía es pronto, todavía os toca esperar». ¿Esperar a qué? ¿Esperar a que se pudran aún más las normas de la convivencia? ¿A que las Instituciones se vayan deteriorando inexorablemente bajo la mano de pintura y los trampantojos que tú ya te has encargado de fabricar para la ocasión?

Que sepáis, responde, que todo es legal, me importa un pito si no es ni legítimo, ni ético, ni estético. Aquí lo que cuenta es la aritmética parlamentaria y punto. Un poco más y fulmina al personal que le critica, increpándole de absurdo, retrógrado y reaccionario (y pardillo despistado) que va en contra de la corriente dominante de la sociedad (siempre, aritméticamente hablando) que le ha elegido (según él) para hacer lo que le salga de sus partes blandas y pudendas. Que sepáis que conmigo, sentencia, todo será progresismo (hasta que al final se llegue al precipicio). Así que, todavía no. Aún os toca esperar, aguantar. Dejaréis de esperar cuando deje de interesarme el solar patrio y no me quede apetencia alguna de poder terrenal; cuando ya haya pasado a la Historia y esté compartiendo el Olimpo con el mismísimo Zeus, que se sentará a mi derecha (la izquierda siempre será mía), que todavía hay clases. Así que, todavía no, todavía no.

El pueblo, cabizbajo, se siente inerme, solo una rabia inútil le muerde y le remuerde. Pero cómo nos podemos dejar manipular por este «cara de cemento armado», sus secuaces del coro que repiten como loros las consignas del corifeo y algún que otro sicofante, se lamenta. ¿Qué podemos hacer aparte de lamentarnos y referirnos a la importancia que tienen los valores y la verdad? La respuesta no se hace esperar. «De qué valores y verdades habláis, que no dejan de ser antiguallas de un pasado que nunca volverá. Que sepáis que los valores, verdades, leyes, códigos etc. no son más que referencias circunstanciales acomodaticias y, por tanto, perecederas. No habéis asumido el cambio que, de sólido a líquido, han sufrido dichos conceptos». La sociedad, continúa impertérrito, se ha vuelto líquida y no tardando será gaseosa para acabar evanescente. Solo serán válidos en un futuro el pensamiento único y la realidad virtual. Y vosotros sin enteraros, que andáis, a estas alturas, manejando conceptos y creencias demodés y rancias. Ay, Señor, Señor qué carcas seguís siendo. Haced como yo, mirad al futuro, desprovistos de creencias, valores y verdades que no llevan a parte alguna, y abrazaos al progreso que consiste en, después de echar abajo todo lo que encorseta y limita la libertad, encontrar la superación de aquello que nos ata a la naturaleza y a la vida. Y, embalado, remata la perorata afirmando que «ese es el camino para llegar a ser como dioses».

¡Hay que joderse! Vaya labia que tiene el muchacho, sentencia un señor de mi pueblo. La cosa no acaba ahí. El muy ladino, que conoce los entresijos del pueblo, y particularmente sus miserias, deja caer, a la vez que lo sugiere y fomenta, que es probable que gente aviesa y descontrolada de «la derecha y ultraderecha» pretende socavar la esencia misma del orden político y social, anclándose en un pasado sin futuro. Es, en apariencia, una advertencia. En el fondo es la cizaña que pretende que enraíce con el fin de asustar y que el pueblo reaccione a su favor. Acto seguido el coro repetirá sin cesar la consigna, pretendiendo así lograr sus objetivos, convencidos, al menos en apariencia, de que ellos, y solo ellos, representan la solución a las ansias de libertad y progreso del pueblo «soberano».

Poco importa que haga logrado armar una banda heterogénea, incluso enfrentada entre sí, para saltarse a la torera cuanto pudiera impedir o limitar sus objetivos. Todos son cómplices del desmán «legal» que le otorga la mayoría matemática. Cada cual arramplará con la parte que considere suya. Todo por el bien del pueblo, cuyo capital no desaparece, solo se redistribuye según la fuerza aritmética del resultado electoral. No me neguéis la habilidad que demuestro, sentencia, eufórico, juntando en el mismo aprisco a lobos y ovejas, zorros y gallinas etc., etc. A este paso lo de la barca de Noé me parece quedarse corta, argumenta el gallo alfa del corral.

¡Hay que joderse! Vuelve a repetir el señor de mi pueblo. Y con estos bueyes hay que arar, remata. Él, el señor de mi pueblo, sabe mucho de trabajar en silencio, aguantar y sufrir, pero tiene por bandera la verdad y el amor incondicional a la tierra, y tolera mal la injusticia, la mentira y, mucho peor tolera el maltrato al solar patrio. Por eso anda preocupado y cuando se cabrea suelta unos cagamentos de aquí te espero. Es cierto que, de momento, aguanta, pero nota que se le van hinchando ciertas partes del cuerpo y él, siempre prudente y generoso, teme que llegue un día en que, de seguir así las cosas (y mira que tiene aguante, el tío), tenga que pasar a mayores, según dice.

Por eso él, como representante del pueblo corriente y doliente, sigue preguntándole: ¿Hasta cuándo, hasta cuándo seguirás abusando de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo dejarás de burlarte de nosotros? ¿Ha llegado ya el momento? Y la respuesta del interfecto sigue siendo: «Todavía no, todavía no».

Lo único que le consuela al mencionado señor de mi pueblo es saber que Cicerón (representante del pueblo sensato y con valores) fue capaz de derrotar a Catilina (el conspirador traidor). Su esperanza reside, pues, en que esa historia se repita…

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