Diario de León

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Aprimeros de noviembre me visitó un buen amigo, que se desplazó desde Bilbao expresamente para pasar un día en esta ciudad «acogedora». Entre lo mucho que compartimos, él, viajero profesional, me subrayó admirado la calidad de vida, y la tranquilidad que observaba en el ambiente urbano leonés. Al despedirnos me deseó larga vida diciéndome: «sigue escribiendo, porque tus escritos dan en la diana y resultan saludables». Uno, ya mayor, no puede olvidar que la vida es breve, y siguiendo el consejo de mi amigo Alfonso, aprovecharé la ocasión que me brinda la próxima fecha (20 de noviembre), día internacional de nuestros menores, para hablar de la importancia que tiene en la salud (física y mental), la buena educación, el trato amable y el sentido de la buena acogida, como algo que se capta y siente en el ambiente, como una actitud de las más saludables para el cuidado y la calidad de vida de las personas de nuestra casa, de nuestro entorno y de cuantos se acercan a León o nos visitan.

¿Qué es y qué supone la actitud de acogida? Cuando llegamos a un lugar poco aseado, pintarrajeado, donde no sólo no se nos presta atención, sino que casi se nos atropella o no se nos atiende adecuadamente, eso nos retrae el ánimo o, por lo menos, nos pone en guardia, y a la defensiva; por el contrario, mi experiencia en el día a día y, entre otros, en el servicio de Protección Civil recibiendo y acogiendo peregrinos de todo el mundo, que pasan por León camino de Santiago, observo y experimento que recibirles con una sonrisa, saludarles en su idioma, aunque solo sean dos palabras: «ben venuto, bienvenu, bem-vindo, hallo, guten morgen, auf Wiedersehen…»; decirles a los propios españoles un: «bienvenidos, estáis en vuestra casa», les sorprende y agradecen ese gesto de acogida, aunque sepan o confirmen que aún están a más de 300 kms. de su destino, Santiago o Finisterre.

Pero profundicemos un poquito más. Los seres humanos recibimos la primera bienvenida o el primer disgusto cuando iniciamos el viaje vital en el vientre calentito de nuestra madre. Si eres deseado y mamá se alegra al saber de tu presencia, empiezas siendo bien acogido; si, por el contrario, ella al saberse embarazada se disgusta y maldice el día, te ha caído el primer cachete y el primer castigo, ¡no te sientes bienvenido!, sino rechazado, y eso, guste o no guste saberlo, es muy serio y muy grave, hasta el punto que, si tal rechazo se mantiene, aunque sea inconscientemente, la vida naciente de esa criatura empieza a dañarse física y psíquicamente. La vida humana nunca se inicia el día del nacimiento. Empezamos siendo un proyecto, una posibilidad que alguien, unas veces queriendo y deseándolo, y otras sin quererlo ni desearlo, pone en marcha. A partir de ahí, cuanto más sentido de acogida, cuanto más deseos de vernos y conocernos se sumen al proyecto, y luego a la realidad cuajada, florecerá mejor calidad y cantidad de vida; pero las ausencias, las carencias de reales muestras de cuidado acogedor, serán auténticas puñaladas, unas más graves que otras, algunas mortales de necesidad. Esto, que es muy serio, es poco conocido en nuestra sociedad y es la causa siempre latente de múltiples trastornos conductuales en muchos de nuestros niños, niñas y adolescentes, cuya salud física y psíquica se ve deteriorada, y a veces se buscan causas y razones de difícil diagnóstico, pidiendo a médicos y psicólogos que pongan remedio a males causados por ausencias y carencias que no pueden atajar ahora ni nuestra pericia técnica, ni la farmacopea. Hay ausencias y cuidados inadecuados de madre/padre que, a lo sumo, podrán parchearse o cubrirse con buenos educadores o con excelentes maestros, pero en reeducación escasean los vocacionales creativos, (siempre mal pagados), y sobran los «cubre-ausencias o suplentes» de dudosa o nula eficacia.

Hace un mes reclamaba yo mismo en esta sección más y mejores educadores, porque vemos cada día mayores trastornos en la personalidad y en conductas adolescentes. Nuestras autoridades educativas, (¡Sra. Alegría, estudie un poco el tema y cuide más su parcela ministerial!), creen solucionar problemas laborales en el país llevando las criaturas a las guarderías y colegios, liberando a las madres. Yo planteo otra solución más barata, más sana y efectiva para todos, a no muy largo plazo, pensando en la salud y calidad de vida de los infantes y bebés, luego, adultos: ¿Por qué no se pone un sueldo a toda madre gestante, a partir del sexto mes, y hasta que el bebé cumpla al menos los dos años? Una buena gestación materna en la especie humana necesita 9 meses en placenta sana, y luego otros dos años, (en muchos casos tres), extraplacentarios, de contacto y cuidado directo, porque el ser humano es de los mamíferos que nace más inmaduro e incompleto, necesitando presencia materna, para madurar física y sobre todo psíquicamente sano. Insisto en una idea ya expresada en otras ocasiones: hoy abundan entre nosotros los niños huérfanos (de facto) con padre/madre que trabajan sin parar y dejan en manos de otras personas el cuidado de sus hijos, y éstos, ya adolescentes, llevan la llave de la casa colgada al cuello, como único vestigio de vida familiar. Son criaturas que pasan de la placenta materna a la incubadora social; sin cobijo de madre/clueca, se crían en rebaño, crecen en manada, faltos de calor hogareño, aunque tengan llave del «chalé».

Los seres humanos, en el inicio de la vida nos gestamos en la placenta materna, y al nacer pasamos a placentas sociales: familia, guardería, escuela, instituto, sociedad general, donde cada personalidad se irá troquelando con los aportes que recibe de cada una, con mejor o peor fortuna. Los responsables políticos/religiosos, y todo el personal de placentas sociales, (ustedes y yo), deberíamos ser más conscientes de la grave obligación ética que tenemos a la hora de acoger con cuidado a los clientes, a nuestros menores faltos de madurez, necesitados de atención y apoyo. A partir de ahora, pues, regalemos menos artefactos electrónicos, y más calor humano; acogida adecuada, donde sobreabunden los afectos y nunca falte el respeto mutuo.

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