Diario de León

A propósito del discurso del Rey

León

Creado:

Actualizado:

El año pasado, por estas mismas fechas, escribí un artículo titulado Sobre el mensaje del Rey ; en él terminaba indicando: menuda papeleta la del Rey, y vaya papelón.

El discurso de este año ha sido diferente. El Rey se ha mostrado mucho menos encorsetado y desvaído que el año pasado, más bien todo lo contrario. Animo al lector a que vuelva a escuchar el mensaje del año pasado. Hizo entonces una referencia reiterada a la unidad que nos permitiría salir adelante, avanzar en la buena dirección.

¿Creen ustedes que sirvió para algo aquel discurso, medido con tanta cautela, temeroso de irritar a los poderosos, a los políticos no afines a la Monarquía que él representa? Mi respuesta es que no sirvió para nada, más bien al contrario, al considerar que el Rey se había mostrado débil dentro de su prudencia habitual. El resultado a la vista está: mayor desunión, mayor manipulación, mayores ataques a la Constitución (santo y seña de nuestra sociedad) y mayor desprecio a la propia Monarquía por buena parte de los desestabilizadores habituales y otros que se han unido por razones inconfesables a su acoso y derribo. Ya he dejado escrito que yo no soy, intelectualmente hablando, monárquico, pero sí respetuoso de la institución en tanto y en cuanto es la que nos hemos decidido votar democráticamente en nuestro sistema político. Tampoco creo que Europa, a la cual se refirió con esperanza en el discurso del año pasado, garantice o sirva de parapeto de las andanadas y tropelías que están a la vuelta de la esquina.

En el discurso de este año, he visto al Rey más decidido, más incisivo y más valiente, aunque sus asesores le hayan insistido, sin duda, en que maneje con «exquisita educación y prudencia» sus palabras. De nuevo el miedo en el horizonte. Eso lo huelen los enemigos, los antisistema, los separatistas irredentos y combativos, tanto los de la calle como los de salón, y se seguirán aprovechando cuanto puedan.

Sé, o al menos me lo imagino, lo complicado y delicado que debe ser el cargo de Rey en un país con tanta mala leche, envidia y egoísmos en forma de «lo mío es mío, y no quiero compartirlo con nadie». La referencia constante a la Constitución, y la vigorosa defensa sobre ella, no garantiza, en concreto, el respeto a la misma, por muy explícitas que sean la intención y el deseo del monarca al invocarla en ese sentido. Es más, a los disidentes no solo les resbala, es que se descojonan de la risa que les produce al no ir acompañada de una obligación explicita y contundente de acatarla. No solo que por un oído les entra y por otro les sale, es que se mofan sin recato y respeto alguno ante las mismas barbas del Rey. Mientras no se pongan las cartas boca arriba y se plantee «sin edulcorantes ni conservantes» llevar a cabo la máxima jurada de ¡guardar y hacer guardar la Constitución!, el futuro se me antoja poco atractivo, más bien todo lo contrario. Y, por supuesto, el futuro de la Monarquía quedará al albur de las circunstancias.

Me alegra tener un Rey sereno, sensato, prudente y, todo indica, que ama a España. Ignoro si es o no lo suficientemente valiente para poner lo que hay que poner encima de la mesa y demostrar que no es una figura que pueda ser mangoneada ni por las derechas ni por las izquierdas, ni por los separatistas. Que apele al pueblo como soberano que es de todos los españoles y diga abiertamente y sin miedo lo que piensa, de tal manera que no quepan interpretaciones tan dispares de su discurso, como las leídas y escuchadas en los medios de comunicación, aunque en esta ocasión ha sido menos necesario «leer entre líneas». El pueblo español le responderá, sin duda alguna, como corresponde. El pueblo podrá ser poco instruido en el arte de la oratoria y en la exégesis de la misma, pero lo que es seguro es que agradece la claridad y contundencia de la misma. En otras palabras, en lenguaje paladino: al pan, pan y al vino, vino. Y pasará lo que tenga que pasar. Más vale una vez colorado que ciento morado. Y, por supuesto más vale una imagen que mil palabras. Y, para terminar, como dijo el sabio: «más vale una verdad que duela que una mentira que ilusione». A buen entendedor…

A mi juicio, España, y sobre todo los españoles necesitamos, mientras estemos en un sistema de Monarquía parlamentaria, un Rey fuerte, valiente, prudente, y nunca timorato, ni manejado. El pueblo distingue perfectamente los colores… Esta vez el Rey ha estado mejor, mucho mejor que el año pasado. Ojalá que en el próximo discurso lo borde…

tracking