Diario de León

TRIBUNA

Isaac Núñez García consiliario de la hoac de la diócesis de astorga

Los milagros de la fe

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U na experiencia sorpresiva: tres suicidios casi simultáneos en pueblos del Bierzo Alto. ¡Cómo es posible! ¿Por causas de depresión, situaciones problemáticas en el ámbito personal o familiar, insatisfacción o vacío existencial en un contexto sociocultural de consumismo hedonista e individualista, que encierra a la persona en sí misma, sin vínculos afectivos profundos y sólidos…? En todo caso, son situaciones no merecedoras de juicio negativo sino de respeto y de solidaridad compasiva

Y ¿qué podría aportar la fe religiosa en estas situaciones? Concretamente, la fe cristiana en un Dios Creador-Padre, fuente y sustento de la vida humana y de toda vida —también de la naturaleza y del cosmos—, aureolada de amor indefectible e íntimo de verdadero Padre-Madre. Vida humana de una dignidad inviolable pero aún más, vida humana sagrada, divina, participe de la vida misma de Dios. Porque, en cristiano, la persona humana «nace de nuevo» como hija de Dios y hermana universal. La experiencia originaria del cristiano/a es la vivencia intima y continua de ¡amor! del Padre como hijos y de amor a toda persona humana como hermanos.

Una existencia personal y comunitaria configurada realmente por ese amor filial-fraternal en todo tiempo y lugar, en todas las situaciones interpersonales y sociales, resolvería radicalmente las raíces tóxicas destructivas del mal, de la maldad humana en todas sus dimensiones. Jesucristo y el cristiano llevan incluso al extremo esa apuesta por el amor fraterno universal, asumiendo y cargando sobre sí todas las reacciones persecutorias que acarrea siempre esa opción por parte de los poderes deshumanizadores y alienantes de riqueza, poder y gloria «mundana» —precisamente en Semana Santa y Pascua celebramos esa vida entregada hasta la muerte en el amor que libera del poder de toda maldad y de la misma muerte—.

Sí, la fe produce el milagro de una vida auténticamente humana a nivel individual e interpersonal y social, sin sombra de mal, rebosante de amor, justicia, paz, reconciliación y perdón. Es lo que justamente necesita cada persona para ser ella misma, libre para amar —la verdadera libertad—. Es lo que necesita una sociedad imantada por la acumulación de dinero, el individualismo posesivo, el hedonismo egocéntrico y superficial, la dominación orgullosa comenzando en el mismo nido familiar… Es lo que necesita un mundo polarizado entre bloques y naciones, todavía con sueños imperialistas a través de guerras de exterminio y genocidio —algo que imaginábamos superado, pero que se mantenía latente y activo a través de políticas internacionales de predominio político y de explotación económica—.

Pero ¿realmente es posible y factible ese tipo de vida? La Iglesia, que se define por su opción por la vida y mensaje de Jesucristo, ¿impulsa, vive y pone en práctica esa vida? Si realmente fuese así, en su cabalidad, sería lo que está llamada a ser: «luz del mundo», que ofrece una perspectiva real de vida verdaderamente humana, y «sal de la tierra», que sazona, satisface y llena el corazón de cada persona; personas todas ellas enhebradas en un tapiz multicolor de belleza y armonía supremas. Y sí, ha habido siempre y sigue habiendo hoy verdaderos seguidores de Jesucristo que tiene claramente definido su proyecto de vida personal, familiar, eclesial y sociopolítico desde Jesucristo y su evangelio; incluso hoy en los países del Norte, en un clima secular y secularista, no son pocos quienes se esfuerzan en vivir en el amor del Padre y en el amor fraterno sin rebajas. La Iglesia, con el Papa Francisco a la cabeza, está desarrollando el proceso sinodal con el fin precisamente de implicar a todos los ámbitos eclesiales, desde los pastores a los laicos, en un proceso de verdadera renovación y conversión evangélica de su organización, vida y misión.

El título de este artículo se refiere a los milagros de la fe. Sí, en realidad, la fe es abrir la puerta de la propia vida a la acción liberadora, sanadora, iluminadora y vivificadora del Dios Creador-Padre por Jesucristo y su Espíritu. Está claro que la persona humana no tiene capacidad propia autosuficiente para vivir en un amor puro y totalmente entregado de/a Dios y a toda persona -hermanos—. La fe produce los milagros del mismo Jesucristo, que enseña —íluminación—, cura todo mal, acoge a todos empezando por los últimos, sirve la mesa y parte el pan, limpia toda mancha excluyente —leprosos—, se deja agraciar por prostitutas y salva de las piedras a la adúltera, se autoinvita y come con publicanos —rechazados y condenados por todos-… Esos eran los milagros de Jesús y han de ser los milagros cristianos hoy. No es mayor milagro curar el cuerpo y resucitar algún muerto que regalar vida, paz, amor, compañía, perdón, cuidado, pan y palabra, esperanza… El mayor milagro de Jesús es su vida entregada hasta la muerte, asumiendo la persecución, condena, tortura y muerte que le aplicaron los poderes socio-político-religiosos de su época; como tantas personas, cristianas y también no cristianas, que arriesgan su vida totalmente en favor de la dignidad de la persona, la justicia, la libertad, la preservación del clima y de la naturaleza y, en cristiano, la opción por los más pobres y la fraternidad universal.

Sí, la fe produce el milagro de una vida auténticamente humana a nivel individual e interpersonal y social, sin sombra de mal, rebosante de amor, justicia, paz, reconciliación y perdón
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