Diario de León

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La borrachona

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CON la venia o con la Eugenia. Mansilla de las Mulas es patria chica de fiscales, entre ellos el último jefe de la Audiencia Provincial, Félix Herrero. Ninguno de ellos se ha atrevido a poner una querella contra la cofradía en honor de Eugenia, hija de un cónsul romano, santa y virgen, que se inmoló allá por el siglo III. No sucumbió a los susurros de amor del emperador de Roma y, además, convirtió a su padre al cristianismo. Fue sacrificada. Quince siglos después nace en Mansilla la cofradía de acompañamiento, dedicada a cuidar a desvalidos, menesterosos y caminantes. Ya contaban con una imagen venerable de su santa Eugenia, esculpida en madera. Y la lavaban con vino para que no se pudriera. Quizá por ello, sus devotos y cofrades la bautizaron como Eugenia «la borrachona». Así ha sido desde el año 1761. Es de las pocas festividades que cuentan con vísperas y solemnidad. Hoy es la víspera, lo que llaman «día de ánimas». Mañana, el gran día. Es un festejo que me lleva a la sombra de la ermita bañezana en la que se celebra el «santo potajero», sirviéndose garbanzos y arroz para todos. Eugenia y el «santo potajero» son complementarios. Santa Eugenia, virgen y mártir, abstemia y limpia, avala a un grupo de cofrades, con capas negras como de tordos en vuelo, a emborracharse. Según mis noticias, lo hacen bien. Beben y beben, y vuelven a beber, no como los peces en el río, sino hasta el aturdimiento o hasta el amanecer. Aunque no esté escrito en los estatutos -que yo creo que sí está registrado- parece ser que cualquier aspirante a ingresar en la citada cofradía debe superar una prueba que no la aprobarían ni los más serenos candidatos a la judicatura, a notarías, o a letrados del Estado: tienen que beberse de un trago un cuartillo de orujo. Y además no tambalearse. Eugenia no era en realidad «La borrachona», sino que lo son sus cofrades, muchos de los cuales hay que reconocer que no tributan simples jaquecas. Algunos necesitan auténticas convalecencias después de la prueba. Unos cofrades que no son exclusivos de Mansilla de las Mulas. También se arremolinan en Gradefes o en Valdefresno, cuya cofradía, muy rica, se distingue como la de las «capas pardas». No sé si pedir el ingreso en la cofradía. Quizá lo haga, aunque sólo sea por aquello de que conociendo la profesión de la dama se la contrata para toda la noche. Prefiero compartir mesa, mantel y orujo con los hijos de «la borrachona», que con los elitistas del Rotary Club o los topos de la masonería. En todo caso, el último jueves de cada mes -toca hoy- es fecha inequívoca de la peña «La Concordia». Ya tengo garantizado el afecto, sin necesidad de beber de un trago un cuartillo de orujo. No necesitaré pedir la venia, ni a la Eugenia.

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