Diario de León
Publicado por
Fernando Ónega
León

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La «cumbre de las Azores» tiene, al menos, dos lecturas: la de Moncloa y la que se hará en las manifestaciones de hoy. Para La Moncloa, probablemente estamos ante uno de los momentos más brillantes de la historia contemporánea de España. Nunca se estuvo tan cerca de la gloria. Al fin se cuenta con nuestro gobierno para una gran decisión. Un presidente español se sienta con los grandes aliados. Hemos dejado de ver pasar la historia «a la vera del camino». Ya estamos en el trío de países que se ceñirán la corona de la victoria. España no sólo va bien: tiene peso. Aznar ha visto cumplido uno de sus grandes sueños. En las manifestaciones, en cambio, esa cumbre será algo terrible. Será la confirmación del belicismo de Aznar. Se marcará el punto máximo de distancia entre el Gobierno y quienes militan por la paz. Para el ciudadano indeciso, ver a su representante en una reunión que probablemente va a decidir el ataque sonará casi a provocación. Muchos encontrarán en esa noticia el argumento que necesitan para acudir a manifestarse. Salvo que el resultado de la reunión signifique una esperanza de paz, José María Aznar todavía será más detestado por los pacifistas y la izquierda política. Así que hay que mantener la expectación. Es atractivo e intrigante el papel de Aznar entre dos señores que ya han enviado tropas al Golfo. ¿Cuál es su función? ¿Es el gran asesor de Bush? Si España no envía tropas, parece razonable pensar que se le invita para escuchar su opinión, no para sumarse al ataque directo. Pero muchos tememos otra cosa. Tememos que ha llegado el instante de borrar el «por el momento» que Aznar intercaló cuando negó que España hubiese adquirido compromisos militares. Ante ello, un ruego: que no nos enteremos por un teletipo fechado en las Azores. Participar con tropas, aunque sean profesionales, es algo muy serio. Algo tendrán que decir las Cortes Generales. Sobre todo, si de esa cumbre surge una efectiva declaración de guerra.

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