Asuntos pendientes

HEMOS llegado a sospechar que el peso de la ley, del que tanto se habla, es el que forman los millones de expedientes sin resolver que se apilan en los juzgados. Si se pusieran unos encima de otros serían como las Torres Gemelas, sólo que menos frágiles. La Justicia en España es lenta y esa lentitud la convierte en injusticia. ¿Cuántos pleitos se han fallado a favor de alguien que murió esperando que le dieran la razón? Claro que eso se compensa con los otros muchos que condenaban a alguien que también falleció aguardando el veredicto. El célebre «Vuelva usted mañana» de Larra, mi santo patrono, se ha convertido en «Vuelva usted el próximo año bisiesto». Según la Memoria del Consejo General del Poder Judicial, los jueces dejaron sin resolver más de dos millones de asuntos durante el año pasado, pero de ese dato no debemos deducir que sean vagos, sino que son pocos. Lo que ocurre es que el Poder Judicial no puede. Tampoco una ciudad podría estar limpia con sólo cinco barrenderos. Se suele asegurar que el pecado nacional es la envidia, que «está flaca porque muerde y no come». Nunca lo he creído a pie juntillas. La envidia es universal y lo que quizá hayamos hecho es especializarnos en ella. Por otra parte, es una pasión y las pasiones son infrecuentes. Muchas veces creemos que nos envidian porque no nos muestran la suficiente admiración. ¿No será el vicio nacional el de pleitear? Un total de 7.082.285 asuntos ingresaron en los juzgados durante el 2002. No hay que asombrarse demasiado de que el número de los que quedaron pendientes suponga un 30 por ciento de los resueltos. El deporte nacional es el litigio. El colérico español sentado no sólo cree que siempre tiene razón, sino que con ella se va a cualquier parte. Dos errores. Gracias a esa manía vive un gran número de abogados y algunos, no demasiados, bastante bien. Entre ellos los hay como aquel que se presentó ante el jurado diciendo: «Estas son las conclusiones en que baso mis hechos». El caso es ganar. Pleitos tengas y los ganes.