Huelga de honor

UN VÍDEO les ha salvado probablemente la vida, y también otra cosa que para ellos parece ser tan importante como la propia existencia: el honor. Los jóvenes españoles Carlos Martín y Fernando Pérez, detenidos en Grecia en el curso de una marcha antiglobalización y acusados de tenencia y uso de explosivos, han permanecido durante cincuenta y tres días en huelga de hambre para reivindicar la inocencia que ese vídeo salvador de una cadena de televisión griega ha probado finalmente: la policía manipuló y falsificó las pruebas por las que fueron llevados a la cárcel. Se ha tratado, pues, de una huelga de honor, del acto desesperado de dos inocentes que no quieren que se les mancille, de dos pacifistas que por nada del mundo, y aun a costa de la vida, permitirían ser asociados con sus enemigos naturales: el terror y la violencia. Lástima que el gobierno español, imbuido tal vez de la teoría bushiana según lo cuál es un terrorista del crítico activo con su Sistema Global, no haya estado a la altura moral de esos dos admirables compatriotas, que no han contado con la adhesión, el apoyo y el cariño de nuestra embajada en Atenas. Si Carlos y Fernando hubieran sido dos petardistas desalmados, no habrían puesto en riesgo su salud y sus vidas para reivindicar una inocencia inexistente, pues la determinación con que han mantenido su huelga de hambre, de honor, sólo nace de lo verdadero. Con todo, de algo sí eran culpables a los ojos de sus captores: de abrazar la causa de la paz, la del mejor reparto de la riqueza y la de los sometidos y desheredados del mundo, justo las causas que más repugnan a los gobiernos que se agavillan, como colonias sin dignidad, en torno al ultraderechista y ultraviolento de los Estados Unidos.