Diario de León
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HAY una serie de frases que un periodista de sucesos oye más de una vez por semana. Basta llegar al escenario de un crimen de género, ese lugar tan especial en el que se arremolinan fuerzas difícilmente identificables en otra parte. «Otra más». Está es la frase la que acompaña a los flases de los fotógrafos que se disparan automáticamente desde el cordón policial: «A ver si sacan al tipo y nos vamos a casa, que hace frío». Está la que despide a los ojos vacuos de la víctima, que desaparecen poco a poco tras la cremallera de la bolsa para cadáveres: «Era una chica muy simpática». Está la que describe inevitablemente la relación de la pareja, ya fueran un matrimonio aparentemente estable, uno divorciado y con orden de separación y alejamiento o simplemente una pareja de novios que vivían juntos como los de A Porriño: «Quién se hubiera imaginado que podría pasar esto oiga». A esa sigue la que más odia el reportero de sucesos mientras sostiene el micrófono frente a los vecinos y conocidos de la víctima y les pregunta si nunca oyeron altercados, si nunca vieron moratones en su cara o en sus brazos. Siempre responden que «sí, pero no era asunto mío». Claro que no, por Dios. Usted no hubiera podido hacer nada. Usted no hubiera podido imaginar que algo andaba mal. Ni hacer una llamada discreta al 112 la primera vez que oyó los gritos desaforados en la pared de al lado. Ni la sexta vez que vio que su vecina, esa chica tan simpática, que siempre le cedía el paso en el ascensor, a veces con la cabeza gacha y el gesto tenso de la que vive acobardada, vestía jersey de cuello vuelto en pleno verano. ¿Quién lo hubiera imaginado? Desde luego usted no, porque llegaba tarde al trabajo, al médico o a ver su programa favorito de la tele. Y no era asunto suyo. Imbécil.

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