Diario de León

TRIBUNA

Corruptelas universitarias

Publicado por
JUAN ANTONIO GARCÍA AMADO
León

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SERÍA PARA PARTIRSE de risa si no fuera tan serio el tema. La esquizofrenia es así. Nos hacemos cruces porque a una candidata a Miss España la excluyen del concurso por tener un hijo, pero a muchos de los mismos que critican esa medida, les parece de lo más normal que un concurso a plaza de profesor funcionario de la Universidad lo gane un sujeto porque es amigo de Fulano o discípulo de Mengano o de la escuela de Zutano. Me parece que el escándalo debería juzgarse al revés. El que en los concursos públicos que otorgan nada menos que la condición de funcionario el principio constitucional de mérito y capacidad se lo pasen muchos tribunales por el arco del triunfo es indicio suficiente de la degradación moral que hemos alcanzado, pues se está jugando con lo que pagamos entre todos y con la calidad de los servicios a los que todos tenemos derecho. Que no sea Miss Guadalajara la más guapa o la que tuvo un hijo a mí no me perjudica nada, o casi. Que el que va a explicar tal vez mañana física nuclear a un hijo mío tenga peor formación que el candidato preferido por ser de familia, grupo o escuela menos simpática para los miembros del tribunal sí me daña y nos daña a todos. Repasemos algunos datos difícilmente discutibles. En muchísimos casos en cuanto aparece el resultado del sorteo de los miembros de un tribunal, los de la correspondiente disciplina somos capaces de adivinar, con muy escaso margen de error, el nombre de los candidatos que van a obtener las plazas en juego. Y casi siempre ese acertado cálculo no es fruto de que pensemos que con un tribunal tan decente y justo van a resultar favorecidos los candidatos con mayores méritos. No, lo que nos lleva a acertar es el conocimiento de la relación entre los candidatos y los integrantes del tribunal. Cuando este o aquel grupo es mayoritario entre los juzgadores, pocas dudas quedan de que los favorecidos por su veredicto van a ser los candidatos vinculados a ese grupo, y ello con total independencia de su capacidad y de su formación y de cómo resuelvan sus ejercicios. Si son competentes, lograrán plaza, sin duda; si son inútiles o mucho peores que los demás, también. Y la culpa no será de ésos que compiten, ni siquiera de los agraciados, sino de los árbitros. Eso, nos guste o no, sólo se explica porque éstos no son dignos ni se toman en serio su responsabilidad. En Derecho también tiene otros nombres ese proceder de los que juzgan. Con tales actitudes, los concursos se convierten en puro simulacro, en burdo engaño consciente. A veces se llega incluso al esperpento. Ya ni las formas se guardan, ni nos tomamos la molestia de disimular. Las pruebas del concurso son pura mascarada, en la que apenas se disfraza la dura realidad: que tales pruebas no cuentan, que es irrelevante lo que los candidatos demuestren en ellas, pues las claves de la decisión están en otro tipo de valores y en relaciones de otro género. A los más cínicos de entre nosotros la ciencia y la excelencia intelectual y académica les importan exactamente un bledo, pues tienen asumido que se pelea por cuotas de influencia y de poder académico. Los más alienados han llegado a creerse que el mérito y la capacidad van metafísicamente asociados a la vinculación feudal de los candidatos: los discípulos de mi amigo, o de mi escuela o de quien a mí puede favorecerme con unos cursitos o unas conferencias son sabios y competentes por definición y aunque en los ejercicios rebuznen. El inútil que hoy es favorecido procederá mañana, cuando a él le toque dirimir como juez, con fidelidad perruna, obsesionado sólo por no salirse del cauce establecido. Unos se instalan en el placer de mandar, otros en el de obedecer. Casi nadie se rebela, el proceder se perpetúa. La dialéctica amigo-enemigo rige con eficacia absoluta. Las creencias profundas y las ideologías se ponen entre paréntesis cuando toca bailar al son del poder académico. Da igual que se trate de creyentes o ateos, de conservadores o progresistas, los tribunales se sitúan en un limbo moral. Luego, para casita y a seguir escribiendo sobre la justicia, la imparcialidad y la Constitución. La misma mentalidad de aquellos jerifaltes reaccionarios de moral oficial extremamente estricta, que se escapaban al prostíbulo una vez a la semana o que le ponían pisito a la amante y luego iban a misa con su esposa endomingada. Desdoblamiento de personalidad, fariseísmo militante. Pongamos las cosas en sus justos términos. No siempre los elegidos son incompetentes, ni mucho menos. No está el problema en que gane el concurso de esa manera el que también lo hubiera logrado con un tribunal imparcial. El caso moral y jurídicamente trágico se da sólo cuando el que vence por puros manejos de poder es marcadamente peor que el que perdió por no tener en el tribunal padrinos. Admito también que juzgar de méritos académicos es supuesto prototípico de difícil ejercicio de discrecionalidad. En muchas ocasiones dirimir si son superiores los merecimientos estrictos de un candidato u otro es asunto eminentemente opinable y la decisión de buena fe no puede cuestionarse por puros matices. Pero nuevamente la crítica fundada surgirá cuando de la discrecionalidad bien intencionada se pase a la burda arbitrariedad, cuando al que decide en modo alguno le mueve la consideración seria de los méritos, sino razones espurias y cuando, además y para colmo, ni siquiera intenta disimular. Cuántas veces hemos oído excusas tan pueriles como «no puedo llevarle la contraria a Fulano», «ya sabes que le debo muchos favores a Mengano» o «me llamó Zutano y me apretó las tuercas, qué quieres que haga». Por qué poquito nos vendemos a veces, y sin necesitarlo. Seguramente la situación no tiene arreglo, pero, si alguna esperanza queda, estará en que en cada disciplina se vaya formando un grupo de profesionales que se quieran independientes y que actúen como tales, sin servilismos, sin aceptar caricias en el lomo ni temer ostracismos de pacotilla. Diríase que es fácil, pues somos funcionarios y el cocido está asegurado. Pero se ve que no nos basta, que ansiamos que nos amen los mandamases o que nos hagan regalitos los que pueden repartir prebendas. De todos modos, que no cunda el pánico. El sistema de acceso ya va a cambiar, para evitar ese engorro de los ejercicios públicos, las molestias de la luz, el ruido de los taquígrafos. Para que sigan nuestras universidades en la plenitud de su desprestigio.

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