Diario de León
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León

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ANTES de que se inventaran los grisuómetros y otras finezas técnicas, de que la pila iluminara, levemente pero mejor, los oscuros túneles, talleres y galerías, a la mina se entraba en alpargatas, con vela y un canario. Si el canario palmaba, tocaba salir. Y si la llama de la vela tornaba de amarillenta a azul, tocaba salir zumbando. Los gases daban así su aviso antes de atacar, porque como me decía un minero, la montaña siempre avisa.

Llega hoy otro día de Santa Bárbara de reconversión, de perspectivas, de futuro o no, de mineros (los que quedan). Santa Bárbara bendita, ayúdamos a interpretar las idas y venidas de los escenarios energéticos, los intereses de las materias primas, las financiaciones y las cuentas empresariales. Antes de que truene más fuerte.

Yo soy nieta de minero, aunque ni conocí a mi abuelo ni las cosas de la mina han formado parte de mi vida antes de que el Plan del Carbón se desplomara sobre mí en forma de encargo profesional. Duro, para qué vamos a decir otra cosa. Pero en mi casa, desde que yo tengo memoria y antes de que otras la perdieran, Santa Bárbara ha sido fiesta grande. Hoy también lo es, aunque las celebraciones se dejarán para un día en que la diáspora laboral a que nos aboca esta tierra permita que nos juntemos en la misma mesa quienes hacemos de esta fecha un día cada año más grande en el calendario festivo familiar.

Nuestra lámpara de Santa Bárbara ya no se celebra con velitas, porque acabarían incinerando la tarta a fuerza de apelotonarse. Hay sólo una gran vela, que sigue amarillenta, aunque a veces parpadee con los achaques propios de la edad. Tardará mucho aún en volverse azul. Y, aunque a veces truena, siempre acaba encontrando la fórmula para serenarse. Pero es tormenta sin calma. Nació bajo el signo de Santa Bárbara.

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