Diario de León

«YO COMPRÉ LA PINTURA»

La leonesa encarcelada por la pintada antifranquista ‘¡Viva la universidad libre!’

Albina Pérez no asistirá al homenaje al primer movimiento estudiantil antifranquista

León

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La primera vez que Albina Pérez (León. 1925) pisó un penal era una niña de 11 años. «A mi padre le encarcelaron en San Marcos cuando la Guerra Civil. Una vez fui a llevarle un bocadillo. Recuerdo que para llegar al patio donde lo encontré tuve que atravesar una sala que era una auténtica alfombra de hombres. No se me olvidará nunca», relata.

Apenas una década después de aquel episodio que recuerda a sus casi 98 años —los cumple el día 25 de febrero— sus pasos volvieron a dirigirse a un centro de detención franquista. Tenía 22 años, era mayo, había finalizado los exámenes de su último curso de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid.

Albina Pérez fue una de los 16 estudiantes detenidos, juzgados en un consejo de guerra y encarcelados en 1947 acusados de rebelión militar por haber perpetrado el ‘crimen’ de escribir en la fachada de la facultad una frase subversiva para el régimen: ¡Viva la Universidad Libre! con losnombres de Lorca, Machado y Miguel Hernández por encima. Las dos últimas letras de la palabra universidad (ad) se caían de la línea, como reflejando la prisa que tenían los autores en terminarla cuando la hicieron, a ciegas, la moche del 14 de marzo de 1947. Las siglas FUE (Federación Universitaria Escolar) se repetían dos veces y no dejaban lugar a dudas sobre la autoría.

La pintada se desveló de buena mañana a los ojos de la comunidad universitaria, sumida en aquel entonces en la oscuridad de la dictadura. Habían usado nitrato de plata y la frase se reveló, como una fotografía, a la luz del día. La reacción del régimen no se hizo esperar. Uno tras otro, el núcleo de estudiantes que formaban la FUE, refundada tras la Guerra Civil por Carmelo Soria un año antes, fueron cayendo en la redada que llevó a cabo la policía franquista.

A Albina Pérez, que vivía en casa de una tía en Madrid porque en la familia no había medios para una residencia tras el expolio que sufrió durante la Guerra Civil (les quitaron el bar Aterrizaje que su padre había abierto en la calle La Sal). Cuando una tarde llegó a casa con su hermana y dos hombres de paisano, que resultaron ser policías secreta, le preguntaron si era ella, «no me sorprendí en absoluto. Lo esperaba porque ya habían caído unos cuantos y me había enterado en la universidad». Ella ‘cayó’ el 29 de marzo de 1947, dos días después de la declaración del primer detenido. Los policías registraron su habitación donde encontraron el listado que tenía para enviar la propaganda de la FUE a los diferentes contactos, así como un ejemplar de la revista del 1 de febrero de ese año. En este número, el número 3 por el que había pagado una peseta, denunciaban la ruina económica del país, el odio contra la inteligencia que simbolizaban los asesinatos de Lorca o del hijo de Leopoldo Alas ‘Clarín’, y de manera concreta, «inmoralidades del régimen» como la cátedra para conceder la plaza de Psiquiatría o el sistema de exámenes. Un poema de Alberti y duras frases contra el sindicato SEU al que tildaban de «última escoba y trapo socorrido» del régimen.

Albina fue conducida a la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, donde fue interrogada. «Maltrato físico, no; pero sí psicológico. Me habían preguntado si era novia de Nicolás y yo dije que no. El juez Eymar me dio una palmadita en el trasero y me dijo ¡ya encontrarás novio en la cárcel!, sabiendo que era una cárcel de mujeres».

La estudiante leonesa había ingresado en la FUE dos cursos a través de Nicolás Sánchez-Albornoz, a quien conoció en la facultad. La organización clandestina «había extremado sus actividades entre los estudiantes de las distintas facultades, hecho observado por el reparto de periódicos clandestinos, colocación de pasquines y letreros subversivos», anotaron los policías lideraron la redada. «Hablábamos mal de Franco y procurábamos siempre tener alguna cosa contra él. Hacíamos pasquines diciendo que éramos mejores que ellos y también contra el SEU», recuerda.

Los meses de enero y febrero de 1947 fueron moviditos. Fue cuando Albina conoció en el café Ibiza a Mercedes Vega, estudiante de Químicas, Pablo Pintado, topógrafo, y Óscar Kriales en una reunión del comité ejecutivo de Madrid a la que también acudieron Sánchez-Albornoz y Fernando Rico.

En la causa sumarísma 140.189 que instruyó el Juzgado Especial del Comunismo, el fiscal califica a la FUE y otras organizaciones como la Unión de Intelectuales Libres como «entidades subversivas de inspiración más moderada» alentadas desde el Partido Comunista, aunque los estudiantes se declararon al margen de partidos políticos y reivindicaron su carácter patriótico.

Albina Pérez admitió que su vinculación a la organización se debía a que «sintió deseos de rebeldía» por «disconforme en su manera de pensar en muchas cosas del régimen actual» y «las disposiciones que rigen la vida estudiantil».

En una de las reuniones de aquel mes de febrero habían acordado pintar letreros en las distintas facultades de la Ciudad Universitaria y en el suelo. «Yo compré la pintura, esa fue mi contribución», comenta 76 años después de aquel episodio que cambió sus vidas. Según las declaraciones que constan en la causa adquirió seis botes de pintura que le costaron unas 250 pesetas y entregó a varios miembros de la organización en la zona de San Bernardo. fue la encargada de comprar la pintura. «Era casi negra, muy oscura». Algo que no aparece en el sumario pero que cuenta Albina y también relata Sánchez-Albornoz en su libro De cárceles y exilios, es que para evitar que la pintada fuera retirada fácilmente, «Mercedes le añadió nitrato de plata y eso era lo que hizo que fuera más adherente y no se borraba». Pablo Pintado fue el autor material. Entre marzo y mayo cayó casi toda la organización. Carmelo Soria logró escapar antes y con el tiempo se convirtió en un destacado diplomático en Chile. «Allí lo mataron cuando la dictadura de Pinochet», recuerda Albina.

«Pensábamos que como acababa la guerra, las naciones democráticas, como Inglaterra y Francia, ayudarían a que Franco se fuera, pero nos equivocamos. No hicieron nada. Porque Franco se mantuvo, se agarró ahí... era muy astuto», lamenta.

El juicio se celebró el 12 de diciciembre de 1947. De los 16 estudiantes detenidos —Albina y Mercedes eran las únicas mujeres— dos quedaron en libertad (José Castelo Carracedo y Antonio Gil Burilo). Lo sorprendente es que las penas impuestas duplicaron en todos los casos. El fiscal pedía un año para Albina y le condenaron a dos al igual que a Mercedes Vega, a quien acusaron de querer fabricar ampollas malolientes para arrojar en el sindicato nacional pero nunca se percataron de la fórmula ‘secreta’ que impedía borrar aquella pintada de los ladrillos de la Facultad de Filosofía y Letras, donde quedaron las huellas de los raspados.

De la cárcel de Ventas dice con sarcasmo que «era un hotel maravilloso». «La primera noche dormí tumbada en el suelo y al lado de los urinarios, que olían...». Hasta que se celebró el juicio su cama era el petate que extendían en la galería que compartía con otras presas políticas. Después del juicio pasó a una celda individual. «En el patio jugábamos con las presas comunes y hacíamos teatro, no lo pasamos mal...», comenta como si estar en la cárcel fuera lo más normal.

Nicolás Sánchez-Albornoz, condenado a seis años, y Manuel Lamana, a cuatro, protagonizaron una de las fugas más famosas de Cuelgamuros gracias a un plan diseñado por el hermano de Juan Benet desde París y en el que intervinieron dos mujeres extranjeras. Fernando Colomo recreó la gesta en Los años bárbaros. A Antonio Lozano Martínez y Javier Sanz les condenaron a seis años, a Fernando Rico e Ignacio Faure a tres; a Luis Rubio y Óscar Kriales a ocho años cada uno; a Gerardo María Reinat, José Antonio Matanzos y Eleuterio López a seis años y Pablo Pintado a un año. «Y a las señoritas Mercedes Vega Martín y Albina Pérez Fernández, respectivamente, dos años de prisión», dice la sentencia.

Cuando salió de la cárcel regresó a León. «Cumplí 20 meses porque redimí condena por asistir a un curso de cocina, cuando en España había una verdadera hambruna», señala Albina. «El título me lo dieron cuando me hizo falta en León. Cuando empecé a trabajar en el instituto. Mi hermana me lo sacó. Se olvidaron de castigarnos a no estudiar. Eso fue una equivocación de Franco. Luego ya en los siguientes estudiantes que se metieron contra Franco les dejaron sin estudiar..», añade. Lo considera un pequeño triunfo.

Los directores de los institutos públicos, ambos curas, le ofrecieron trabajo, pero sin cobrar. «Se valían de gente que no tenía más remedio que ir y me pusieron que era profesora interina a petición propia...». A través de Eloy Terrón tomó contacto en León con el grupo que se reunía en la Biblioteca Azcárate con González de Lama, «estaban Gamoneda, Juanito Lozano —el padre de Zapatero—, Eugenio de Nora, Victoriano Crémer... Josefina Aldecoa estuvo un tiempo en la biblioteca, pero enseguida marchó a Madrid y se quedó». «Era donde se podía hablar un poco contra Franco sin que pasara nada. González de Lama admitía todo y a todos», reflexiona. En 1953 entró de bibliotecaria en Antibióticos por mediación de Mercedes Vega, que vino a León a trabajar en la factoría como química. Allí conoció a quien se convertiría en su marido, Luis Costa, y otra norma del régimen: dejar el trabajo al casarse. Después vinieron los hijos —Luis, Javier y Carlos— y en los años 60 su reincorporación a la enseñanza en el instituto femenino como profesora de Historia. Se jubiló en 1990.

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