Diario de León

LOS ÚLTIMOS HOMBRES DE LA LUNA

Desde que Eugene Cernan y Harrison Schmitt despegaron del valle Taurus-Littrow el 14 de diciembre de 1972, ningún humano ha ido tan lejos

Fotografía cedida por la Nasa tomada desde el interior de la nave espacial por el astronauta Harrison H. Schmitt el 13 de diciembre de 1972 donde aparece el comandante de la misión de aterrizaje lunar del Apolo 17, el astronauta Eugene A. Cernan, mientras saluda a la bandera de los Estados Unidos desplegada en la superficie lunar junto al vehículo itinerante lunar (Lunar Roving Vehicle - LRV) durante una actividad extravehicular en el sitio de aterrizaje Taurus-Littrow en la luna.

Fotografía cedida por la Nasa tomada desde el interior de la nave espacial por el astronauta Harrison H. Schmitt el 13 de diciembre de 1972 donde aparece el comandante de la misión de aterrizaje lunar del Apolo 17, el astronauta Eugene A. Cernan, mientras saluda a la bandera de los Estados Unidos desplegada en la superficie lunar junto al vehículo itinerante lunar (Lunar Roving Vehicle - LRV) durante una actividad extravehicular en el sitio de aterrizaje Taurus-Littrow en la luna.

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Ocurrió hace 50 años. «Al abandonar la Luna en Taurus-Littrow, nos vamos como vinimos y, si Dios quiere, como volveremos, con paz y esperanza para toda la Humanidad. Buena suerte a la tripulación del Apolo 17». El 14 de diciembre de 1972, Eugene Cernan se despidió así de la Luna. Fue el último humano que la pisó. Durante tres días, él y Harrison Schmitt dieron tres paseos de un total de 22 horas y 4 minutos, recogieron 115 kilos de rocas, recorrieron 35,6 kilómetros en un todoterreno y cantaron ‘I was strolling on the Moon one day...’ (Una día paseaba por la Luna...) mientras caminaban a saltitos por la grisura.

La misión Apolo 17 fue la novena y última tripulada a la Luna. Con Cernan, Schmitt y Ronald Evans —que se quedó solo en órbita con cinco ratones de un experimento mientras sus compañeros exploraban Taurus-Littrow—, acabó el programa Apolo. Desde entonces, ningún humano ha llegado tan lejos.

Doce pisaron el satélite entre julio de 1969 y diciembre de 1972. Todos hombres, todos estadounidenses y sólo uno, el geólogo Harrison Schmitt, sin entrenamiento militar. Trajeron 382 kilos de rocas y dejaron allí la parte inferior de seis módulos de aterrizaje, experimentos, bolsas con excrementos y otros desechos, tres todoterrenos y recuerdos como la foto familiar que Charles Duke (Apolo 16) depositó sobre el regolito en las Tierras Altas de Descartes.

La conquista de la Luna fue hija de la Guerra Fría. La consecuencia de un órdago lanzado a sus compatriotas por John Fitzgerald Kennedy en 1962. Con su país dos veces humillado por la Unión Soviética, que en 1957 lanzó el primer satélite artificial, el Sputnik, y en 1961 puso en órbita al primer humano, Yuri Gagarin, marcó una meta que entonces parecía inalcanzable. Liderada por la recién nacida Nasa —fundada el 1 de octubre de 1958—, la maquinaria industrial, tecnológica y científica estadounidense se volcó en la carrera por poner a un humano en la Luna antes de que acabara la década. Llevarlo a un mundo situado a unos 380.000 kilómetros, más de mil veces más lejos que el récord que ostentaba Gagarin con la Vostok 1, que llegó a 315 kilómetros de altura.

La magnitud del reto exigió hasta 1972 una inversión, sin parangón en tiempos de paz, del equivalente a 158.000 millones de dólares de 2020. En su momento álgido, el programa Apolo empleó a 400.000 personas y contó con el apoyo de más de 20.000 empresas y universidades.

Los ingenieros de las V-2 nazis

Los ingenieros Wernher von Braun y Kurt Debus, jefe del diseño y diseñador de los misiles alemanes V-2, fueron el padre del Saturno V —el cohete de las misiones a la Luna y el más grande construido hasta el del programa Artemisa— y el de las instalaciones de lanzamiento de Cabo Cañaveral, respectivamente. Los dos habían llegado al país tras la Segunda Guerra Mundial dentro de la Operación Paperclip, con la que la inteligencia estadounidense reclutó a más de 700 científicos nazis mientras los soviéticos hacían lo propio con la Operación Osoaviajim.

James Webb, el administrador de la Nasa (1961-1968) que da nombre al nuevo telescopio espacial, hizo de la agencia una gran organización, lideró el proyecto Apolo y envió sondas robot a la Luna, Marte y Venus. Y el periodista Julian Scheer, a quien Webb encargó la comunicación de la Nasa, consiguió que el módulo lunar del Apolo 11 llevara una cámara de televisión exterior para captar los descensos de Armstrong y Aldrin a la Luna, y, fiel a su política de transparencia total, transmitió al mundo en directo el drama del Apolo 13 tras la explosión de un tanque de oxígeno en abril de 1970.

Jim Lovell, Jack Swigert y Fred Haise tuvieron mejor suerte que sus compañeros del Apolo 1 y volvieron a casa sanos y salvos. El accidente del Apolo 13 recordó al mundo lo arriesgado de un proyecto que se cobró sus primeras y únicas víctimas en tierra dos años y medio antes del primer alunizaje. El 27 de enero de 1967, Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee murieron al incendiarse la cápsula del Apolo 1 durante un simulacro del despegue. La investigación detectó numerosos fallos de diseño en la nave, que además estaba llena de material inflamable.

Después de la tragedia, el primer vuelo tripulado del programa se demoró hasta octubre de 1968. El primer Saturno V (Apolo 4) despegó el 9 de noviembre de 1967 con una cápsula que simuló la reentrada en la atmósfera y amerizó en el Pacífico. Dos meses y medio después, un Saturno IB —antecesor del Saturno V— puso en órbita un módulo lunar para probar sus sistemas de propulsión. Tras otro vuelo de prueba (Apolo 6) del Saturno V con el módulo de mando y uno de aterrizaje que debía lanzar hacia la Luna, Walter Schirra, Donn Eisele y Walter Cunningham despegaron en un Saturno IB y dieron 163 vueltas a la Tierra durante diez días y veinte horas.

El primer vuelo a la Luna fue el del Apolo 8, en diciembre de 1968. Frank Borman, Jim Lovell y William Anders fueron los primeros humanos en ir más allá de la órbita terrestre, ver la Tierra entera, orbitar la Luna, ver su cara oculta y mandar imágenes de televisión del satélite. En marzo de 1969, los astronautas del Apolo 9 ejecutaron en órbita terrestre todas las maniobras de la misión a la Luna y, dos meses y medio después, los del Apolo 10 lo hicieron en órbita lunar.

El momento cumbre del programa fue seguido por más de 600 millones de personas que vieron en sus televisores cómo Neil Armstrong pisaba la Luna a las 3:56 horas del 21 de julio de 1969. «Es un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la Humanidad», dijo al dejar su primera huella en el Mar de la Tranquilidad.

Sus pisadas y las de su compañero Aldrin las siguieron otros diez astronautas en las siguientes cinco misiones que alunizaron con éxito. Uno de ellos, Alan Shepard, jugó en la Luna al golf con dos pelotas y una cabeza de un hierro seis Wilson que había metido de estranjis en el Apolo 14.

Tras ganar la carrera lunar a la Unión Soviética, Estados Unidos no tenía ningún motivo para continuar con el programa Apolo. Por eso hace 50 años que ningún humano ha vuelto a la Luna.

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