Diario de León

MONSTRUOS DE FUEGO

La sequía, las tempranas olas de calor y el hombre han desencadenado una cifra de superincendios, 14, inédita en los meses de invierno y primavera. Más de la mitad de las hectáreas forestales calcinadas en Europa se encuentran en España

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El año pasado concluyó con buena parte de los españoles horrorizados porque las llamas redujeron a cenizas más de 268.000 hectáreas de bosques, montes, matorral y pastos en solo doce meses. Una cifra abrumadora, el equivalente a que el fuego hubiese arrasado por completo la provincia de Vizcaya. Los incendios forestales, espoleados por el cambio climático, causaron en 2022 el peor desastre ecológico del siglo en España y dejaron la mayor superficie calcinada en 28 años, desde 1994. Un infierno que causó dos muertes, decenas de heridos y obligó a desalojar a 30.000 vecinos cercados por el fuego.

Pero si 2022 fue considerado un año negro, el actual apunta a un desastre medioambiental aún peor. En los cinco primeros meses los incendios forestales han devorado en España 47.784 hectáreas, el triple del territorio arrasado por el fuego durante el mismo período del año pasado. Son más del doble de la media de daños causados por las llamas en la última década y confirman que España es el territorio europeo más amenazado por el fuego. Entre enero y mayo, en las áreas rurales españolas se ha quemado tanto terreno como en todo el resto de la Unión Europea, según las estimaciones del sistema de satélites científicos Copernicus. Solo Francia se aproxima un poco, pero no llega ni a la tercera parte de devastación acumulada por España. La mayoría de destrozos se concentraron de enero a abril en los bosques y dehesas del noroeste de la península, con Galicia y Asturias a la cabeza, y en mayo se trasladaron al interior, debido al superincendio que en la segunda mitad del mes pasado devastó durante días Las Hurdes y la Sierra de Gata, con unas 12.000 hectáreas calcinadas.

Expertos en extinción y científicos han pulsado la luz de alarma porque semejante volumen de bosques y montes quemados entre el final del invierno y la primavera, unidos al tercer año consecutivo de sequía, aconsejan tomar todas las medidas preventivas y organizativas posibles antes de la llegada del verano, la estación en la que se abrasaron dos de cada tres hectáreas perdidas en 2022. Pese a la tregua dada por las abundantes lluvias de las últimas cuatro semanas, todo indica que la alarmante tendencia no dará tregua en próximos meses. Las administraciones tienen ese temor. El Gobierno adelantó un mes y medio el inicio del dispositivo estatal contra incendios y la mayoría de autonomías ha limitado o prohibido ya las quemas de rastrojos, los fuegos al aire libre o el uso de maquinaria en áreas forestales.

La explicación para el negro comienzo de 2023 hay que buscarla en los superincendios, los fuegos de más de 500 hectáreas, desbocados y explosivos, con una potencia calorífica descomunal y una velocidad de propagación vertiginosa, que en cuestión de minutos desbordan los dispositivos de extinción y ya no es posible controlar en muchos días. Los mismos que el año pasado, con 57, batieron los récord del siglo.

Un verano precoz Pero es que este año, además, se han adelantado y mucho. Desde el 1 de enero se han registrado catorce megaincendios, siete veces más que en 2022 y el quíntuple que en la última década. La razón hay que buscarla en la precocidad de aparición del cóctel de factores que suele estar detrás de estos fuegos monstruosos, alumbrados por la conjunción de las olas de calor y los polvorines de maleza y matorrales secos en que se han convertido los bosques como resultado de la sequía y el abandono de la vida rural.

La aparición cada vez más reiterada de distorsiones meteorológicas nacidas del calentamiento global se dejó sentir este año con la llegada de la primavera. A una naturaleza deshidratada por el tercer año de sequía -desde octubre ha llovido un 20% menos de la media- se juntó un verano adelantado a abril, con una ola de días con temperaturas entre 5 y 15 grados por encima de lo normal. El resultado: arboles, matorrales y plantas que son pura yesca. Dispuestos a prender y a propagarse a la velocidad de la pólvora ante la más mínima chispa, llama, cristal, rayo o colilla.

De hecho, los superincendios de estos cinco meses confirmaron que en España nueve de cada diez fuegos tienen detrás la mano del hombre. A las 4.700 hectáreas calcinadas entre Teruel y Castellón por la chispa de una cortadora en el remate de marzo le siguió un alud de fuegos intencionados en Asturias, en lo que el propio presidente bautizó como «terrorismo ambiental», y la acción de pirómanos con el fuego con dos puntos de origen en Las Hurdes.

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