Diario de León

Cornada de lobo

Un Suárez que sí

Publicado por
García Trapiello

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M e cargo de culpas por no haberle expresado a Fernando Suárez en tiempo y persona mi gratitud por los elogios que me brinda en sus memorias y mi admiración a la gran talla política que demostró en la larga carrera que le llevó desde su cátedra en Derecho a diputado en Cortes y finalmente a ministro de Trabajo en el último gobierno de un Franco tras el que no agonizó el franquismo del que Suárez siguió siendo inteligente valedor para que aún hoy algunos sueñen revivirlo. Cabeza con mucho mueble la suya. Voz rebelde, a su modo, en las últimas Cortes que juraban lealtad a los principios fundamentales del Movimiento. Elocuente en estrado como pocos que se recuerden de entonces y como ninguno en este ahora parlamentariamente parlanchín y garbancero.

No nos caíamos bien en aquellos principios, navegábamos en antípodas y por preguntarle por el derecho de huelga intentó expulsarme de una rueda de prensa muy solemne donde uno de la brigada político-social hasta puso cara de esposarme. Yo era más de su hermano Josemaría, cómo no, otra cabeza aparejada de fábula y que, a la postre, fue nuestra tabla de encuentro y de reconocimiento mutuo. Y aunque nunca entendí la persistencia de Fernando en la cuadratura de aquel Régimen, también elogié su lealtad y lo inquebrantable de unos principios que le alejaron del oportunismo político del que pudo aprovecharse y seguir en las candidaturas o cargos que nunca dejaron de proponerle. Fue dueño de su tiempo y, después, de sus tiempos. Y como pensaba queriendo que constase, escribió mucho; releerle hoy es recomendable para medirle sin pasión su tamaño. En su memoria bullía una etapa trascendente en la historia de España de la que fue actor señero. Pero por encima de todo fue leonés morido de ley por su tierra, algo muy evidente como mantenedor del fuego y sentido del título de «Leonés del Año» con que Radio León reconoce a un ya poblado retablo de celebridades paisanas. En fin, era un Suárez que sí. Era puro estilo cortés en su civilidad. Era la educación perdida.

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