Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

En el Ayuntamiento se habla mucho

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VICTORIANO CRÉMER
León

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DIGA usted mi buena señora, desde que se comenzó con toda la parafernalia de las elecciones, por las cuales, como se presentía, sería despojado de su sillón presidencial el ex y sin embargo amigo Don Mauro Amilivia, habíamos hecho el propósito firme de que no nos inmiscuiríamos en los asuntos municipales sin tener antes superior permiso. Y no por temor a represalias, que ya ve usted a mi el Ayuntamiento presente, como todos los ayuntamientos desde hace casi cien años, me tenían con el solo cuidado de que no se tomaran la función de gobernar como el avispado Presidente del Real Madrid, que ha convertido el Club en una Verbena con puestos de churros y de camisetas. Cuando acudíamos por obligación a las sesiones municipales con el quehacer añadido de registrar las intervenciones de los distintos señores de la sala y darlas a las columnas del periódico observamos con estupor que salvo el «jabalí» de turno, que nunca faltan en estos sistemas democráticos, allí no hablaba nadie. Hasta tal punto este enmudecimiento de los señores del Concejo era hasta doloroso que nosotros para aliviarlo inventamos lo del bocímetro, o sea la anotación de las veces que a lo largo de la tarea plenaria hacían uso de la palabra cada uno de los señores ediles. Lo que dio como resultado la confirmación de que habitualmente a las sesiones, fueran estas plenarias o normales, se llevaba los asuntos trabajador, hablados y cantados en español y por lo tanto a los Plenarios se acudía a cumplir un deber laboral y a cobrar la correspondiente dieta. Bueno, pues ahora y en la hora de Don Francisco Fernández, los servicios de control han tenido que tomar cartas en el asunto porque los señores del Concejo se gastan la hijuela en pláticas a través de los famosos teléfonos móviles, o de bolsillo. «Las arcas municipales, -expone un titular de la corresponsalía municipal-, paga cada año una factura telefónica que supera el medio millón de euros». Lo que provocó el exabrupto más detonante de cuantos se puedan escuchar en un recinto democrático, salvo en el Parlamento de Madrid en donde alguno de los padres de la patria peor hablados, no se reprimió cuando interrumpió el discurso de otro señor diputado llamándole «maricón». El responsable de este capítulo de gastos municipales se ha apresurado a declarar poco menos que la prescripción de todo discurso no necesario para el funcionamiento del Municipio y adorno de la Ciudad y se habla de estructuración, palabra por cierto que a mí me produce angustia vital, pues que cada vez que se pronuncia -estructura, que algo queda- lo estructurable se convierte en epidémico. Por aquello de que por la boca muere el pez y el concejal, nos atreveríamos a aconsejar al respetable que se dictara una disposición, para ser cumplida por la cual se prohibía a todo funcionario, alcalde, teniente de alcalde o responsable de jardines, el uso del móvil, salvo que le usaran para servicios personales domésticos. Lo del teléfono móvil, que es sin duda, un progreso como la copa de un pino de La Candamia, ya pasa de castaño oscuro. Todo el mundo se siente obligado a disponer del correspondiente artilugio, como se considera obligado a desjarretarse ante la presencia de ese chico inglés que le dicen «El Beckham» o como fuere, conviertiéndonos en el país más mimético, más chabacano y más jilipuertas de cuantos figuran en la Asamblea de la inútil Asociación de las Naciones Unidas. «¿Dónde vas Vicente?», se cuenta por las abuelas, «Adonde coña quieres que vaya, a donde va la gente». Y aquí también sucede lo mismo, con la diferencia de que mientras el tal inglés se hace de oro dejando que sea imitado, nosotros imitando nos quedamos en mona, como esa que se viste de seda para que no se vea su vulgarismo.

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