Diario de León

CORNADA DE LOBO

Barriendo sangre

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DESTRIPADOS DE ARCÉN, carne de estadística. Son difuntos que Dios perdona y el olvido entierra. El terrorismo de las dieciséis válvulas que hoy tienen todos los coches con licencia para matarse en las carreteras es un terrorismo que no aterra. No hay inquietud política por la sangría. Cambian los directores generales de Tráfico para nada y todo lo que dan de sí es un ensayo de nuevos tremendismos en sus spots de campaña para que tripas y cacharrazos acaben siendo tan inocuos como los efectos especiales de una película de Bruce Willis. El próximo fin de semana la cuota de tráfico mortal que se llevará el diablo no recotará un ápice su gigantesco daño social. Un reguero de esquelas y un tropel de tullidos forman un cortejo mudo por la senda de la gacetilla, cantinela consabida sobre la que se voltean las páginas para que aparezca Beckam a cinco columnas o el potorro de cualquier pedorra en la sección de sociedad y espectáculos. Con toda esa carne la redacción hace salchichones y los pone a curar en la hemeroteca. En sólo un verano el terrorismo de la velocidad arroja tantas víctimas como toda la historia etarra. No es seria esta demagógica comparación, pero a la Parca, que es ciega, le saben igual todas las muertes; gratuítas ambas, irreparables. ¿Cómo se para esto?... En el país de San Jamás, república de las utopías ciertas, decidieron colocar una visible cruz en cada punto en el que había muerto alguien en accidente. Las carreteras parecían un viacrucis que advertía a los vivos de los cazaderos en los que se apostaba la muerte con sus mordiscos de carnicería. Algo disuadía tanto recordatorio. Había puntos negros donde las cruces eran bosque y freno. El mismo efecto de aminorar la prisa y su dictadura consiguieron al plantar destellos de doble luz azul que de lejos parecían controles o agentes. En el país de San Jamás a los conductores que provocaban víctimas en su imprudencia se les condenaba un tiempo a unidades de asistencia sanitaria en carretera, a palpar su propio delito, a barrer sangre. En aquel país era preceptivo sufrir los severos exámenes de la licencia de armas cuando se sacaba el carnet de conducir, porque a fin de cuentas un coche y una escopeta matan lo mismo. Y la prisa fue declarada delito de lesa patria y de supina necedad.

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