Diario de León

El jurado opina que el trabajo de estos tres científicos, dos rusos y un americano, ha sido determinante

La academia sueca premia otra vez a los expertos en física cuántica

Abrikosov, Legett y Ginzburg avanzaron en el estudio de la superconductividad y la fluidez

El ruso Vitaly Ginzburg, ayer tras recibir la noticia

El ruso Vitaly Ginzburg, ayer tras recibir la noticia

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colpisa | estocolmo

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La Real Academia Sueca de las Ciencias otorgó ayer el Premio Nobel de Física a los pioneros de la investigación sobre superconductores y superfluidos, que abrieron nuevas puertas en el conocimiento de la física cuántica y a su aplicación práctica: el ruso-estadounidense Alexei Abrikosov, el ruso Vitaly Ginzburg y el anglo-americano Antony Leggett. En su comunicado, la Academia destaca que los trabajos de estos tres científicos han sido «determinantes» para arrojar luz sobre dos fenómenos esenciales para el desarrollo de la Física cuántica, la superconductividad y la superfluidez, investigaciones que fueron fundamentales, por ejemplo, para los aceleradores de partículas y para la resonancia magnética en medicina. La Física cuántica tiene una amplia gama de efectos «espectaculares» que normalmente no se reflejan en el «macro-mundo», aunque a veces algunos de estos fenómenos cuánticos sí se hacen visibles. Tal es el caso de la superconductividad y la superfluidez: la primera ha sido estudiada por Abrikosov y Ginzburg y la segunda, en el caso concreto del helio, por Leggett. «El conocimiento de los líquidos superfluidos nos ayuda a comprender mejor el comportamiento de la materia en sus estados energéticos más bajos y ordenados», señala la Academia. Cuando en el siglo XIX los científicos empezaron a comprender la naturaleza de la electricidad, se hizo evidente que algunos metales y aleaciones permitían la conducción de electricidad ya que sus electrones podrían moverse entre los átomos. Sin embargo, la naturaleza desordenada de este movimiento provocaba la vibración de los átomos, lo que a su vez generaba calor. Si la corriente es demasiado elevada, el conductor acaba fundiéndose. Además, se comprobó que el paso de una corriente eléctrica a través de un conductor genera un campo magnético, que genera una nueva corriente en sentido inverso: es decir, la electricidad y el magnetismo interactúan y pueden contrarrestarse. En 1911, el físico holandés Heike Kammerlingh Onnes descubrió, al investigar la conductividad eléctrica del mercurio, que cuando el metal se enfriaba mediante helio líquido hasta el cero absoluto, la resistencia eléctrica desaparecía. Onnes fue galardonado con el Nobel en 1913, en reconocimiento al descubrimiento de lo que entonces se bautizó como «superconductividad». La teoría formal sobre estos experimentos no llegó hasta cincuenta años después, de la mano de John Bardeen, Leon Cooper y Robert Schrieffer, quienes explicaron que algunos de los electrones de carga negativa de un superconductor se reúnen en parejas, llamadas «parejas Cooper», que fluyen a lo largo de «canales» formados por la estructura de los átomos de carga positiva del material. Estos materiales fueron bautizados como «superconductores de tipo I». Los estudios sobre los «superconductores de tipo I» ya valieron el Nobel de Física en 1972 a Bardeen, Cooper y Schrieffer. Pero estas teorías se revelaron más tarde insuficientes para explicar la superconductividad en materiales «de importancia práctica».

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