Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Los previsores

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CUANDO EL médico de cabecera, o sea el de familia, o si se quiere el de la Seguridad Social me dice que lo importante de la ciencia médica no es curar, que eso lo hace cualquiera que acierte, o no lo consigue, nadie, sin la ayuda milagrosa de la Virgen de Fátima, sino prevenir, me pone sobre la pista de los debidos comportamientos que me corresponde respetar para alcanzar una vida luenga o sea larga y relativamente sana y feliz, que tampoco hay que abusar. Los «Previsores del Porvenir» se proyectan sobre la pantalla social como los verdaderos sabios que en el mundo están autorizados para emitir juicios de valor y confieso que acudía a cualquiera de sus técnicos con tanta fe científica como pudiera hacerlo a el mismísimo Santo Martino... Y me causa un sobresalto grande cuando comprobaba que al contrario de lo que me sucedía a mí y sospechaba también al mayor número de feligreses, los organismos oficiales, oficiosos, clericales y seglares, no tenían nada de previsores, sino todo lo contrario, hasta que no se producía el trueno, el relámpago y esos charraones tímidos que anuncian la tormenta, no se previenen y suele cogernos la nevada con el culo pegado a la pared, situación verdaderamente temeraria que lleva a las sociedades y a los seres humanos que practican el yoga del sacristán a la hecatombe. Cuando esto ocurre, cuando, pese a las advertencias, avisos y cálculos, la nieve, el agua, el rayo y el trueno nos cogen contemplando la España de la iglesia parroquial y sus cigüeñas, acabamos con el agua al cuello. Que es exactamente lo que nos sucedió a los mortales carpetovetónicos durante los días 25 y siguientes, por culpa de la imprevisión de que hicieron gala nuestros hombres más representativos. Durante días y días, durante noches y noches, los ágiles y perspicaces medios de comunicación, orales y escritos, se habían esforzado por convencer al personal escéptico, de que ahora sí que de verdad tendríamos nieve hasta la cintura y un viento polar como para acatarrar a las focas. Escuchamos la advertencia como el que oye nevar, y, claro es, nos cayó encima una manta aterradora. Ser detuvo el tráfico por carretera, por mar y por aire y en la misma Ciudad, que ya ven ustedes lo difícil que es que a un alcalde de León o un presidente de la excelentísima con su dotación de automóviles quita nieves les sorprenda una nevada, detuvieron hasta el aliento. Y hasta los que no trabajaron durante el año, dejaron de acudir al trabajo, por temor a romperse la crisma en un resbalón urbano. Fueron días de auténtica expectación y angustia, como cuando se anunciaba la sublevación del año treinta y seis y nos reíamos. En tiempos menos tecnócratas y más serios que los actuales, cuando se nos decía que se esperaban tormentas y que guardáramos la ropa, el ayuntamiento salía a la calle, en forma de servicio de limpieza y se liaba a lanzar toneladas de sal hasta que conseguía dejar expeditos los caminos. Pese a lo que digan los «portavoces» de los distintos grupos responsables de la limpieza y de la seguridad ciudadana, ni el Ayuntamiento de la Capital, ni la Excelentísima señora Diputación, con toda su espléndida dotación de instrumentos «quitanieves de delante», ni el Cabildo Catedral, ni la Junta de Semana Santa, ni la Delegación de la Junta, ni Cristo redentor atendió a la demanda y salvo los enclaves de libro, los demás barrios de la ciudad acogieron tanta nieve que daba gusto verla. Y la Diputación de León que está tan atenta siempre a las necesidades de todas las ermitas sin espadaña, se olvidó, en esta ocasión, de que su principal función no es la de hacer caminos al andar, sino el de curar nuestros muchos mal.

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