Diario de León

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LAS CAMPANAS de los pueblos son de iglesia y sólo tocan «a misa», «a muerto», «al ángelus», si hay quien tira de badajo, y «a rebato», no arrebato, pues viene de rebatir repiqueteando el bronce con escandalera y se escucha cuando el mocerío campanero toca volteando «a gloria» por pascuas o en procesión patronal. Y es también «a rebato» el toque «a fuego», alarma, desastre o estrago. Hay sitios donde el campanil también se hace civil y toca «a vecera» o «a concejo». «A muerto» y «a fuego» eran toques muy temidos. Los dos, desde el primer eco, metían el corazón en un puño y la angustia en las zapatillas para salir de estampida a la plaza, a ver qué pasó, qué se quema. Si es la casa de alguien, habrá calderos cerca y todos, más o menos, irán a pegarse con las llamas. Si es la mies, todos con palas y ramos. Si es el monte, se va hasta allí a ver. Ardiendo árboles, nada hay que hacer, sólo cuidar que no pase el fuego a heredades y casas, así que allí se plantan impotentes y con la cara entiznada viendo cómo se mueve el dragón o llorando la degracia con un gesto disecado y desolado como el de esas paisanas portuguesas con el mandil enguarrado y gritando para nada en los caminos del Alentexo o de Coimbra; o sus hermanas de traza y desconsuelo, gallegas de un Orense achicharrado, hijas huérfanas de los bosques de breoganes que ahí ves hechos triza, tea y tizón. El crimen tiene mechero y pata ligera. A quien todo se lo queman sólo le queda la blasfemia; la resignación no cabe junto al fuego que todo lo devasta. Nadie puede exclamar un vayapordiós cuando arde su tierra y su memoria. Sencillamente, se cagan: de miedo o de ira. ¿Seguirá sonando en los pueblos el toque «a fuego» cuando asoma la chamusquina con orejas de llamas? No habrá quién lo haga, seguramente. Y pa qué. Que vengan los sepronas con la manguera, que a mí me echaron una multa por cortar piornos como siempre, dice un nicanor de pueblo. ¿Arde el monte? Es del «estao», insiste el tipo. Antes, al menos, nos dejaban trabajar la resina, pero la dejaron morir; y suyo es todo. Si el monte fuera del pueblo, otras sirenas sonarían. En Soria viven de lo forestal y aquello no arde. Sonó todo el verano el «a rebato» de los medios, pero aquí nadie se arrebata.

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