Diario de León

Gente de aquí y de allá | Después del paso mortal

«Viví once días muy difíciles»

Descorazonador relato del viaje en cayuco de los subsaharianos acogidos en León

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Marco Romero - león
León

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Mamowdou Fiallo eligió como punto de embarque una de las rutas clandestinas más peligrosas del Atlántico, la que une Guinea Bissau con las islas Canarias. Con tan sólo 18 años recorrió en cayuco -hacinado, hambriento, sediento- los 2.000 kilómetros que separan la pobreza y Europa. «Viví once días muy difíciles», relata entre lágrimas cuando recuerda el largo y doloroso viaje que le ha traído hasta León, donde ha sido protegido por Accem, asociación dedicada, principalmente, al acogimiento de refugiados y asilados políticos. Mamowdou pasea por un céntrico jardín de la capital con un mapa de la ciudad en la mano. Aunque todavía frágil, ya ha trazado su plan para empezar una nueva vida. «Ya he contactado con un amigo que tengo en Barcelona y me iré a vivir allí. Quiero aprender español, seguir estudiando y trabajar», narra. Aunque debería añadir: «Además de hacerme cargo de los míos». Porque detrás, como en la mayor parte de los casos, ha dejado una familia. Esperan de él que regrese con las manos llenas porque es el primero del clan que ha conseguido atravesar el paso mortal del Atlántico. De él dependerán sus padres y sus doce hermanos. Sólo lágrimas Su viaje ha tenido que ser tan terrible que es incapaz de pronunciar palabra -a pesar de su impecable francés- cuando intenta hablar de su desafío a la muerte. Sólo le salen lágrimas cuando escucha la palabra cayuco, ese tipo de canoa de pesca utilizada en Mauritania de entre 13 y 21 metros de longitud con capacidad para unas 70 personas, aunque suelen ir más de 100. De los 23 subsaharianos que han sido trasladados a León en los últimos días, tres fueron acogidos por Cruz Roja, que ya en agosto se hizo con la tutela de dos malienses. En este caso se trata de Ismael, Morosila y Buba. Son tres jóvenes, casi adolescentes. Cada uno procedía de un punto de África (Guinea, Senegal y Mali) pero el infierno por el que han pasado juntos les ha convertido en camaradas. Apenas hablan un idioma occidental y se enfrentan a preguntas que no entienden con una amplia sonrisa. «Venimos a trabajar», dice el único que habla inglés a las puertas del comedor de la Asociación Leonesa de la Caridad, donde comen y cenan todos los días. Aunque tiritan de frío, ya tienen su premio al honor y la dignidad.

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