Diario de León

La mayoría de los regímenes sólo hacen perder masa corporal y líquidos y no grasas

Los nutricionistas alertan de las dietas que prometen perder kilos sin esfuerzo Teorías pseudocientíficas para hacer valer sus virtudes

Descalcificación ósea, daños renales, ácido úrico elevado, son algunos efectos negativos

La mejor dieta es una correcta alimentación diaria

La mejor dieta es una correcta alimentación diaria

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Antonio Paniagua - madrid a.p. | madrid
León

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Dieta del rastafari, de la alcachofa, de Victoria Principal, de la sopa. En materia de regímenes de adelgazamiento, hay dietas para todos los gustos, pero, al seguir algunas como las citadas, puede ser peor el remedio que la enfermedad. Ahora que miles de españoles se proponen eliminar los kilos de sobra adquiridos en las comilonas de Navidad, conviene separar el grano de la paja y advertir qué planes de comidas son un puro fraude, cuáles comportan riesgos y qué otros se basan en medias verdades. La Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo) y su presidente, Basilio Moreno, llevan años denunciando esos regímenes plagados de supercherías que prometen adelgazar sin esfuerzo. Frente a los que creen que las dietas vegetarianas son el súmmum de la salud, hay que subrayar que este tipo de regímenes adolece de la falta de minerales precisos en una alimentación equilibrada como el calcio y el hierro. Arruinar la salud mental Las dietas que proponen reconciliarse con la báscula a base de tomar un solo alimento, como la del espagueti, la patata o el espárrago pueden arruinar la salud mental de la aspirante a sílfide y ocasionar problemas digestivos, dado que quiebran el ritmo alimentario normal. Bordeando el disparate, cuando no entrando de lleno en él, están las dietas macrobióticas, producto del maridaje entre un budismo zen mal digerido y teorías algo esotéricas. Se trata dietas que comprende varias fases, que se van graduando de forma progresiva hasta llegar a un estadio en el que sólo se pueden ingerir cereales. En el colmo del delirio se propugna limitar el beber agua, mientras que se autoriza el consumo de bebidas alcohólicas. Otro grupo de dietas igualmente peligrosas son las denominadas hipergrasas. Pregonan el reemplazo de los hidratos de carbono por las grasas. Un ejemplo de estos regímenes es el del doctor Atkins, quien difundió con fortuna (sobre todo para su bolsillo) la idea de que si uno se harta de grasas consigue estimular la secreción de acetona, circunstancia que reduce la sensación de hambre. Este modelo de dieta consigue una reducción de peso gracias a una pérdida de líquidos, pero los kilos se recuperan fácilmente con la ingesta de glúcidos. La lista de inconvenientes derivados de someterse a esta dieta es amplísima: descalcificación ósea, daños renales, altos niveles de ácido úrico y de colesterol, halitosis, sensación de náuseas y estreñimiento. Atkins no especifica cuándo se adelgaza más: antes o después del infarto. Al final, todo este tipo de dietas tratan de evitar la regla de oro de la lucha conta la obesidad: adelgazar exige esfuerzo, ejercicio físcio, aprender a comor y adaptar el régimen a las condiciones de vida de cada individuo por lo que las dietas milagro no surten efecto en ningún caso y sí una alimentación variada y unos hábitos saludables de vida y moderados. La que ha cosechado una legión de seguidores es la acuñada por Montignac, que promete el oro y el moro: comer a dos carrillos quesos, embutidos y carnes sin mezclarlos con lo que él denomina «glúcidos malos» (pan, harina y fécula). De esta manera se colma la sensación de apetito, aunque a costa de marginar los glúcidos del plan alimentario. El principal inconveniente es que así se genera acetona, un elemento que despliega efectos anorexígenos, con el consecuente desencadenamiento de vómitos, mareos y náuseas. Ya en el campo de lo pintoresco está la dieta que aconseja tomar de dos litros de cervezas cada día. Sus extravagantes partidarios esgrimen el argumento de que se trata de algo muy nutritivo. No menos estrafalarias son las que predican la introducción de un ajo en el ombligo, atarse un cordel en el antebrazo o la ingesta de cítricos en ayunas para disolver la grasa. Quizá no se pierda mucho peso, pero mejoran el sentido del humor, que no es poco. No tiene nada que ver con la acreditada clínica de Rochester, pero el nombre de «dieta de la clínica Mayo» le da un cierto tufillo de respetabilidad, aunque a la postre resulte ser tan engañosa como la otras. Este régimen de adelgazamiento es muy desequilibrado y aboga por un excesivo consumo de huevo. Efecto rebote Muchas de estas dietas apelan a teorías pseudocientíficas para hacer valer sus virtudes. En la práctica, la mayoría de ellas hacen que el paciente adelgace no por la pérdida de grasa, sino por la desaparición de agua y masa muscular. Como suelen durar poco, se garantiza el efecto rebote, es decir, el peso perdido se recupera pronto y se gana incluso algún kilo de más. Tan peligrosas como las propias dietas son los productos milagrosos que hablan de derretir, fundir o disolver la grasa mediante extraños mecanismos que nunca se explican del todo. Cuando se han analizado algunos de estos productos que se arrogan propiedades maravillosas se ha visto que en ciertos casos incluían anfetaminas, hormonas tiroideas y sustancias prohibidas. Dentro de las que no son precisamente inocuas se encuentra la dieta del rastafari, que cosechó su mayor predicamento en la época gloriosa de Bob Marley. Llegó a contar con tal cantidad de adeptos que la revista British Medical Journal tuvo que salir al paso de sus supuestas virtudes para advertir a la población de los riesgos de llegar a los extremos con estas costumbres. Y es que llegaba a producir trastornos neurológicos por un problemático déficit de vitamina de B12. Igual de absurda es la dieta de Victoria Principal o del biquini. Patrocinada por la famosa actriz, que propone un plan de comidas con muy pocas calorías y rica en nutrientes. A la postre, se trata de un régimen que se basa casi exclusivamente en la ingesta de ensaladas.

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