Diario de León

De viaje por el valle de Fornela

El huracán de la emigración ha dejado sentir sus efectos especialmente en las siete poblaciones que conforman el municipio de Peranzanes, con 1.400 habitantes menos

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Enrique Alonso Pérez - león
León

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Encajado más por obligación que por devoción, el área conocida genéricamente con el nombre de «Los Ancares», muestra aún su fuerte personalidad y su acusada vocación mercantil, nacida de la ambulante arriería, el pueblo fornelano. El huracán de la emigración, ese fenómeno irreversible que despuebla implacablemente nuestros débiles núcleos rurales, sustentados de manera exclusiva en economías tradicionalmente agrícolas, ha dejado sentir sus efectos especialmente en los siete pueblos que conforman el municipio de Peranzanes. Unos 1.400 habitantes, de los 1737 que componían el censo en el año 1950, han optado por emigrar en busca de un trabajo estable, de un salario seguro, de un estatuto que limita sus esfuerzos a cuarenta hora semanales... Pero los fornelos vuelven; porque les tira su casa, les llama la tierra, les esperan sus amigos... y porque no pueden pasar mucho tiempo sin dejarse arrullar por las cantarinas aguas del río Cúa, que desde las alturas de Guímara, hasta su paso por el viejo puente romano de piedra en Cariseda, llena el valle de sonoros rumores que forman parte de la esencia que se respira en estos lugares rescatados del Paraíso. Y los fines de semana, los «puentes», los períodos vacacionales, las gentes de Fornela se reencuentran en sus respectivos pueblos con aquellos que eligieron el papel de custodios, papel aceptado de muy buen grado, pues más que un servicio a la comunidad itinerante, es un claro privilegio en esta loca sociedad de consumo y de vértigo. El valle de Fornela, encerrado durante siglos en sus propias fronteras, y limitados sus recursos a una dudosa autosuficiencia, tuvo que romper con sus ataduras seculares para salir de forma ambulante a ofrecer algunos excedentes de los frutos cultivados; unas veces en régimen de venta; otras en forma de trueque. La figura del arriero fornelo, lo mismo que la de sus paisanos leoneses de Los Argüellos, y sobre todo la carismática figura de la arriería maragata, sirvió de embajada permanente en los valores tradicionales de nuestra provincia. La extensa geografía de la piel de toro comerció con la ambulante arriería leonesa y supo de su cabal honradez y sacrificio. Quizá esta exclamación, un tanto estereotipada por obra y gracia del celuloide, fue repetida en más de una ocasión por algún fornelano emigrado que añoraba el verdor de sus praderas compitiendo con las tonalidades de otros verdores reflejados por abedules, fresnos, acebos, castaños, madroños... Y puestos a suponer, no sería difícil que nuestro ilustre escritor y presidente de la Real Academia de la Lengua, el desaparecido Dámaso Alonso, oyese a sus abuelos la añorante exclamación; pues bien sabido es que el bueno de don Dámaso presumía de tener parte de sus raíces asentadas en el valle de Fornela. Demasiada superpoblación El caso es que allá por el verano de 1954, cuando el valle todavía hervía de gentes que comenzaban a sentir los ingratos efectos de una superpoblación desproporcionada a los recursos naturales, Dámaso Alonso, acompañado de un berciano de relieve, el humanista Valentín García Yebra, quiso recorrer el valle del que emigraron sus mayores. De aquella visita, que los dos intelectuales apuraron con deleite, quedó suficientemente contrastado que el galleguismo «Fornela» aparece a partir del siglo XVIII, pues hasta entonces la documentación que habla del valle, usa siempre la forma leonesa «Forniella». Podemos asegurar, pues los vestigios dan buena fe de ello, que el poblamiento del valle se remonta a épocas prerromanas. La abundancia de castros, asentados en las cercanías de los actuales pueblos de Cariseda, Faro, Peranzanes, Trascastro, y sobre todo, Chano -al menos para nosotros, que lo visitamos y lo filmamos- con unas sorprendentes construcciones circulares, que la Junta de Castilla y León tiene acondicionadas desde no hace mucho tiempo. Hoy, como ayer, el valle sigue ofreciendo los valores permanentes e inmutables que le prestan, tanto su paisaje, como el acogimiento hospitalario y proverbial de unas gentes especialmente dotadas para ejercer la amabilidad. Y por si fuera poco, la restauración de las calorías perdidas en los ires y venires, valle arriba, valle abajo, tardan muy poco en recuperarse al amor de una suculenta comida tradicional servida en el albergue «Valle de Fornela», de Peranzanes, desde donde puedes organizar diversas e interesantes rutas que abrirán al curioso viajero un mundo de historia, paisaje y relaciones humanas difícilmente superadas en nuestros valles de montaña.

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