Diario de León
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Su vacilante presencia en la procesión de los Pasos era más retorno penitencial que comparecencia tradicional entre los papones de Dulce Nombre de Jesús Nazareno. Y su hombro, desentrenado y débil para la puja , le estaba haciendo sufrir lo indecible.

Giró la cabeza, y, a través de los desajustados orificios del negro y vetusto capillo, su cansada mirada se posó en el escaparate de una zapatería. Por entre los espectadores creyó ver reflejado su aspecto penitencial a pie descalzo-¦ y algo más. El fondo imaginativo del cristal de los recuerdos, le mostraba el mismo local, en Gil y Carrasco esquina a Burgo Nuevo, cuando era Casa Llanos una tasca que nunca tuvo tradición de limonada.

¡Pero qué le importaba a él esto entonces! Llanos, el afable propietario, siempre se había mostrado generoso sirviendo vino blanco, y de calidad.

Allí, inexperto y joven, se estrenó en el ritual del bebedor social. La «hora del blanco» fue tan sólo costumbre, hasta que un mal entendido desengaño amoroso le empujara a transformar el divertimento, en un insaciable deseo de ahogar demasiadas cosas con el alcohol de su desdicha.

Una mirada retrospectiva al reloj de la tasca, le mostraba con que ahínco allí recalaba a las dos de la tarde; curiosamente casi a la misma hora que hoy, descalzo y pujando El Expolio , le consumía otro tipo de sed: el anhelo de regresar de las tinieblas para reflotar su vivir.

Tenía la ingrata sensación de que los compañeros papones más próximos, en vez de aupar el hombro, le castigaban «colgándose del brazo » . Pero no se quejaba, poder estar hoy aquí siguiendo un sendero doloroso para la recuperación de la autoestima, la reconciliación social y un apunte de religiosidad-¦ era larga recompensa.

De simple trasgresor del moderado límite de beber, en corto espacio de tiempo, había llegado a transformarse en un bebedor solitario, taciturno y desarraigado, que deambulaba días interminables acodándose con ahínco, para equilibrar su presencia, en las toscas barras de reconocidas tabernas de la capital leonesa.

No resultaba tarea fácil volver del más allá del alcohol. Romper las cadenas del flotar etílico, ha de llevar implícita una firme decisión. Y en ello se inició cuando Fernando, un amigo de los que nunca fallan, le lanzó una verdadera tabla de salvación:

-”¿Por qué no te reincorporas a la Cofradía?

-”En verdad no has llegado a desvincularte de Dulce Nombre de Jesús Nazareno. Tómalo como un reto. Pero-¦ ¡La Semana Santa está ahí, a dos escasos meses! No tardes en decidirte, recobra aquella fuerza física que siempre tuviste, y ánimo.

Pero hubo algo más, un: «cuento contigo», lanzado al separarse que fue el verdadero revulsivo. Un acicate que no dejó de darle vueltas en la cabeza los tres días de sobria abstinencia siguientes, antes de forjarse un compromiso.

¡Tenía que contestar afirmativamente a Fernando! Su primer reto sería comunicárselo, y allí, en la boca del lobo. Los miércoles por la tarde, alrededor de las ocho, metódico y concienzudo, tomaba no más de dos chatos de vino en La Regia o El Ruedo. Tabernas de infelices recuerdos personales-¦ dos muescas en su pasado.

No le fallaron ni la intuición ni el encuentro. En la Plaza de las Tiendas, en la tasca torera, solo y muy próximo a la puerta, Fernando tomaba su segundo tinto.

Entre ambos no hubo ni invitaciones, ni gestos restrictivos, tan sólo naturalidad, y el arma formidable de un abrazo entrañable. Y fue por directo:

«Ya he me he decidido-¦ iré. Pero necesito un gran favor, Fernando.»

La mano que su amigo le colocó con cariño sobre su hombro izquierdo, era un buen presagio, y más su voz afable al formularle la pregunta:

-”¿Qué quieres pedirme, Marcos?

«Pues precisamente que pueda cargar, sobre este hombro, el paso del que eres Seise: El Expolio », dijo, en tanto ponía con suave persuasión su mano sobre la de Fernando.

-”Me estás pidiendo que me salte las normas-¦ Pero me alegro por la decisión.- Se detuvo pensativo unos instantes, en tanto tomaba una salomónica solución:

-”Te cederé mi brazo , ¡no faltes a la cita el Viernes Santo!... Y ahora marchemos de aquí, alejarte de la tentación es mi deber, camino de casa seguiremos hablado-”

Fueron cincuenta largos días de sed angustiosa de alcohol, de vencer retorcidas tentaciones. Las llamadas frecuentes y las visitas de Fernando ponían el bálsamo que suavizaba la áspera recuperación. Su organismo se empezaba a recomponer.

En la misma mañana de Viernes Santo, cuando, se acercaba a Santa Nonia por la calle San Francisco, un antiguo conocido, noctámbulo empedernido, puso a prueba su fortaleza mental al invitarle a tomar «un orujo» en La Campanilla.

Otra de las tascas de su desdicha, donde tantas veces había coincidido con un atrabiliario personaje de honor maltrecho, tan mordaz como anticlerical y escaso peculio, quien, soltando un improperio contra los hijos, largaba con regodeo aquello de «nada de herencias, lo que me sobra de comer me lo bebo». ¡Y lo hacía a conciencia!

Supo zanjar la temprana invitación con diligente rotundidad: «¡No, no bebo! « Y, como una negra sombra más en el nublado albor matutino, continuar su particular camino de la recuperación. El negro sayal era su mejor aliado, la procesión el gran remedio y la penitencia la mejor terapia.

Bajó con cuidado los dos peldaños de piedra junto al Hospicio, en su esquina a Independencia, buscaba al caminar por la empedrada acera, casi rozando la fachada, tanto el amparo de la fresca brisa matutina, como un cierto mimetismo de aislamiento.

La campana del reloj de la puerta principal del sentenciado orfanato, empezó a desgranar metálicos aldabonazos. Siete sorpresivos latidos que parecían repercutirle en su ya acelerado pulso. ¡Era su hora de compromiso penitencial!

Ante la iglesia de Santa Nonia, había ya una marcada actividad organizativa, como en aquel infantil día que, asido con nerviosismo a la mano de su padre, comenzó su primera experiencia procesional.

Sin mano a la que transmitir hoy sus adultos temores, intentaba encontrar el aplomo que necesitaba para su momentánea desvalidez. Fingiendo decisión al caminar, a buen paso y sorteando papones iba aproximándose a la iglesia, su esperanzador «kilómetro cero» hacia la rehabilitación.

Ya en el interior, se acercó a «su» paso, El Expolio, donde Fernando, en su papel de Seise , daba instrucciones en tono quedo. Para nada desmerecía, al confrontarlo mentalmente, con el proceder de su progenitor, en el mismo papel, aquel primer día cuando, alzando la mirada, veía a los papones, cual altas y negras sombras que también se apiñaban en torno a su padre.

Fernando no tardó en advertir su presencia. Con un gesto le invitó a aproximarse, y, tomándole del brazo le situó en el exterior derecho del paso y adelante.

-”Mi brazo-” Le dijo en voz baja con firme modulación que llevaba implícita una petición, algo así como un: ¡no me falles! Y añadió:

-”Recoge los zapatos en esta bolsa, encargaré que te los guarden. ¿O no te atreves?. Todo un desafío, y sin opción de respuesta, pues continuó:

-”Creo que debes salir con el capillo bajado.

La evocación fue inmediata. En su estreno, imitando el gesto de su padre, había bajado con infantil emoción el capillo que llevaba plegado sobre la frente, experimentando una sensación extraña, como de esconderse, y de falso silencio.

Hoy, obediente, y acusando torpeza al colocarlo, recordó los aciagos años de su declive personal como bebedor descorazonado, y de qué manera llegó a buscar en el «velo etílico», cual erróneo capillo inhibidor de prejuicios, el aislamiento y el silencio de unos sentimientos encontrados.

Lo bien aprendido, dicen, nunca se olvida, y así lo estaba comprobando en los primeros compases de la marcha. Bueno, algo si era diferente, su pisada no podía ser raseante , los pies descalzos requerían otro tipo de acompasado apoyo, y asentarlos con prevención en el frío suelo. Las rugosidades surgían como puntos de presión hiriente.

En la plaza Mayor, durante el Encuentro, cuando su paso, El Expolio , estaba detenido casi en el esquinazo donde la escalerilla desciende a Puerta Sol y él antaño solía, bajo el pretexto de necesidad fisiológica, ir a tomarse en «Casa Benito» otra copa de orujo, Fernando estuvo a su lado. No sin emoción, meciendo el paso en el reverente momento de San Juanín ante la Madre Dolorosa, él reafirmó su promesa de sobriedad.

En una «tasca» de la calle Serranos, llamada Casa Florez, con el alivio samaritano de unas toallas humedecidas en los pies, durante el descanso oficial de la procesión en San Isidoro, ambos tomaron café y unas excelentes torrijas.

Una taberna en la que, curiosamente, su padre, años ha, junto a otros animosos papones de Dulce Nombre, degustando el bacalao con pimientos picantes de la señora Flórez, marcarían el preludio de la cena de cofrades en Jueves Santo.

Una oquedad en el suelo-¦ una pisada inoportuna-¦ se reiniciaba la marcha. Frente al El Bodegón, en la calle del Cid, una tasca que en su entrada tenía un peldaño de bajada, volvió a ver a aquel militar reenganchado, cuyo empeño era enseñar a los papones a tocar la corneta, y, siempre, al salir, cuando las rodillas y el equilibrio flojeaban, le decía: «este escalón es el Yordas , Marcos».

El sol de mediodía apenas había templado el suelo de Ordoño II, pero a él se le antojaba un sendero de cenizas con el ardor cómplice de las hogueras en la noche de San Juan.

Con los recuerdos actuando como antídoto para el cansancio, entraba en la agobiante estrechez la calle de la Rúa. En alguno de los balcones, tan próximos, estaba seguro, había más de una persona, que, sin capillo, reconocería en él al personaje vacilante que camino de La Mezquita», la taberna de Paco, el cojo, pasaba cada día.

Con los pies lacerados, ardientes y doloridos, pero recuperado el pulso emocional de las procesiones de Semana Santa, acababa de llegar a Santa Nonia.

El interior del templo ahora le parecía acogedor, su casa. Con recogimiento agradecido se mantuvo quieto, respirando con hondura la emoción por lo cumplido.

El abrazo final con Fernando, cuando diligente le traía la bolsa de plástico que contenía sus zapatos, fue sin duda el mejor colofón al momento, y, además, la feliz muestra de lo que en ciernes se apuntaba. La verdadera recuperación empezaría mañana-¦ de la mano de un amigo.

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