Diario de León
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Una de las grandes torturas que destrozan los nervios del conocedor del mundo digital es descubrir que aquellos que tienen auténtico poder sobre el mercado del libro electrónico y su futuro suelen ser analfabetos.

Cabe pensar que alguien cuyo mercado es el libro electrónico o que se ve obligado a sentar jurisprudencia sobre él dedicaría al menos unos minutos a informarse, pero en el caso de los jueces del Tribunal de Justicia Europeo parece imposible.

Si un escritor ya lo tiene crudo con el mercado cada vez más reducido, los anticipos más pequeños y la uniformidad de criterios editoriales, lo único que le faltaba era que destruyesen la esperanza del mañana.

Cuando un escritor escribe, crea un producto para ser consumido. El hecho cultural no se produce cuando se pone punto y final a la novela, ni cuando se edita. Hasta ese instante tanto daría que se hubiese puesto en el mercado la última de Marías, una morcilla de Burgos en geltex con sobrecubierta, o las memorias de Belén Esteban, por citar de mayor a menor valía.

Tampoco se produce el hecho cultural cuando el potencial cliente cruza las puertas de la librería, ni cuando curiosea entre las abarrotadas mesas de novedades, ni cuando el librero le recomienda. Ni siquiera cuando el cliente elige, compra y se marcha a su casa. La de imposibilidades estadísticas que han de darse para que eso ocurra son incontables, pero hasta aquí no ha habido cultura. Sólo negocio.

El hecho cultural se produce en el momento en el que el consumidor mete a sus hijos en la cama o cierra los apuntes de la facultad, se acomoda en su sillón favorito, abre el libro y se pone a leer. Ahí el consumidor se convierte en lector. Ahora eliminemos todo el proceso anterior. Imaginemos que el consumidor ha abierto su e-reader y se ha comprado el libro por Internet. Y se marcha a Comala, o a La Mancha, o a la Tierra Media. El hecho cultural se produce igualmente.

Para la UE, sin embargo, no es lo mismo. Porque en el primer caso, el IVA con el que está gravado el libro de papel es del 4%, mientras que en el segundo caso el e-book lleva un 21%. ¿Por qué? Pues porque los jueces dicen que no es un libro, sino un servicio electrónico. Y lo han dicho tras la demanda de unos editores finlandeses que esperaban tumbar la directiva europea que los considera así.

Tal grado de estulticia judicial y legislativa solo es entendible si no es cálculo sino afán recaudatorio de cara al futuro, o pretensión de hundir la industria. Porque si no es un libro, entonces deja de estar regulado por la Ley del Libro. Y es carne de cañón para que Amazon cobre por él lo que le de la gana, no importa lo que quiera el editor. Además de ayudar a echar más todavía al lector en manos de la piratería. Así de simple.

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