Diario de León
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En blanco | javier tomé

Aunque se le tenía por hombre de excelencia, humanidad y bondad, todos los anticipos judiciales referidos a Jaume Matas, ex presidente balear y antiguo ministro aznariano, le presentan como un especialista en el noble arte de engañar al prójimo, tan vivales como frescales. Creo que fue su amiguito Zaplana, otro punto de la misma cofradía, quien dijo en una conversación privada que había llegado a la política para forrarse. Y siguiendo esta teoría de la mano fría que ya enunció el doctor Marañón, el señor Matas parece haber ocupado su etapa como mandamás en acumular todo tipo de regalías, con la intención última y casi exclusiva de hacer caja. En su o bsesión fatal por trincar, y siempre siguiendo los datos conocidos del sumario, se otorgó a sí mismo una licencia multiusos que permite pringarse, válida tanto para velódromos deportivos como para rapiñar comisiones relacionadas con los espectáculos ofrecidos por su gobierno. Y aquí surge el nombre de José Luis Moreno, aquel prodigioso ventrílocuo que tan buenos ratos nos hizo pasar. Uno de sus muñecos, el puñetero cuervo Rockefeller, solía apabullarle al grito de «¡Morenín-¦!», graznido que iba acompañando de un obsceno contoneo del plumaje. Al parecer, el citado Morenín también chapoteaba a su gusto en el fango colectivo, repartiendo sobornos que iban a parar al bolsillo del zascandil Jaimito.

En la junta de teólogos del PP hay más silencio que en la Última Cena, pues nadie se atreve a decir algo con dos dedos de lógica. Más que nada porque ahí tienen al espanto de Gürtel y otros rollos de similar catadura, así que ahora mismo han optado por unos esparabanes de inocencia más propios de una viuda italiana. Semejante número de la cabra no ha colado con el juez Castro, que además de imponer una fianza acorde a lo rufianesco de su actitud, viene a decir a Matas: a mamarla, a Parla. Corto y por derecho.

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