Diario de León

TRIBUNA

Una Navidad para el trasplante

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A espaldas de lo que fue el Hospital San Antonio Abad, provincial y durante muchos años casi único, un singular edificio, encontramos hoy dos «torres» hospitalarias, no exentas de demasiada verticalidad para tal menester, y que actualmente forman un solo complejo dependiente de la Seguridad Social. Ése era nuestro destino, intranquilos ciertamente, aunque pensando que una vez más la frenarán a galope de su debilitado corazón, sin sospechar que solamente el implante de un nuevo órgano iba a terminar siendo la propuesta médica definitiva. Y a pesar de la veteranía que la cronicidad de una dolencia física otorga a cada enfermo, y por supuesto a los familiares más directos, dos cosas iban a ser para nosotros nuevas, o no vividas en primera persona: La Navidad intrahospitalaria, y el solidario mundo de los trasplantes. Desde una de sus altas habitaciones, y a través de la amplia venta, podíamos ver, en parte, nuestra ciudad que se iluminaba para la Navidad, aunque la niebla, que oculta en la distancia y difumina en la proximidad, instalada con pasmosa perseverancia emborrona nuestras ocasionales ojeadas tendentes más de distraer nuestros agobios que a gozar ante el decorado cambiante que aquella le imprimiría. Era el paisaje de un Diciembre frío en lo climático y helador en el ámbito de los sentimientos encontrados, esperanza, temor y anhelos. Siendo la salud el leit motiv, se fundían aquellos tratando de entonar un cuerpo que sufre al compás de una vida que se agrieta, inundando de incertidumbre cada momento, lo que no deja de ser una pesada carga. Lo festivo de cada fecha, y con mayor profundidad lo propiamente navideño, cobra en el ámbito hospitalario una dimensión distinta, condicionada siempre por un componente básico, la salud maltrecha de cada paciente. Son también actores imprescindibles los profesionales sanitarios, no en balde están en «su casa» y en sus manos la ciencia de aplicar a los cuerpos, y que, además, para la ocasión festiva, junto a los familiares acompañantes, han de echar mano del llamado espíritu de la Navidad con el que se intenta conformar un clima de normalidad; algo que el enfermo, dependiendo de su estado, casi siempre secundariza, aunque agradezca sin manifestarlo. Así, el ambiente hospitalario parece impregnarse de aquello que singulariza a estas fiestas, agridulces a pesar de los esfuerzos de todos, sin alterar demasiado las propias señas de identidad navideñas, comprobables tanto en lo externo: belenes, árboles o consustanciales villancicos; como en lo espiritual, y no siempre aflorando con verdadera sinceridad, cual ocurre en la manifestación reiterada en viva voz del consabido ¡Feliz Navidad!, o el más amplio ¡Felice Fiestas!, para coadyuvar en este medio sanitario, las furtivas lágrimas de los familiares y los ayes nada metafóricos de las pacientes, lejos del propio hogar, del que quisieran traer calidez de lo cotidiano. Tampoco, y dentro de esa dinámica, falta la tarjeta de felicitación. Salud y Paz, leímos en la de 2001, hermoso epígrafe en la portada de un díptico que en la blanca entraña se preguntaba: ¿Donde está el lugar de la Navidad cuando el hombre sufre?. A ése tenor parece bastante lógico que los dolientes se digan: ¿Por qué yo y ahora?. Aunque en nuestro partícular caso, la templanza no diera cabida a la desaventura quejosa. Agotada la Navidad, y ya iniciado el nuevo año, llegó el dictamen: sólo un trasplante de corazón... El Hospital General de la hermana ciudad en ascendencia Astur, Oviedo, fue nuestra siguiente etapa, triste pero en verdad esperanzada. Cumplido el Protocolo y los condicionantes orgánicos mínimos requeridos, la lista de espera acogería su nombre y en lo anímico el anhelo de renacer. Si, de renacer, porque eso es lo que los generosos donantes -familiares transidos de dolor ante la sorpresiva muerte de un ser querido proporcionando de éste órganos sanos como corazón, riñón, hígado.. salvándolos de la tierra o la incineración- facilitan a quien imperiosamente lo necesita, a modo de algo más que segunda oportunidad; es reabrir una nueva vida al recuperar una función vital definitivamente maltrecha. A la tensa espera de cada largo día, interiorizando la angustia del «no llega el solidario repuesto», trata el personal sanitario de que se le superponga el esperanzador «mañana tal vez será cuando llegue el órgano vital». Los equipos de profesionales de éste Servicio son, en su batallar disciplinado, dignos de todo encomio. Tanto los que, en alerta constante, gestionan la concesión de órganos, como los que, y por simplificar, implantan aquéllos en el que a partir de ahí será un nuevo ser; sin olvidar finalmente a los que, como último eslabón, ayudarán en la rehabilitación y control posterior de los rescatados de un mal final. En nuestro caso hubo también una familia donante de un corazón, compatible desde las premisas elementales, pero en la mano del cirujano éste mostraba datos que le hacían perder la idoneidad... No obstante ¡gracias!. Mas nunca sabremos si con él, el renacer hubiera sido posible... ¡Feliz vida nueva! a los que con un órgano trasplantado, que así pervive, atraviesan dinteles de esperanza.

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