Niños resistentes

NO SOY un experto en Paidología, ni tengo profundo conocimientos de Psicología, pero recuerdo, de mis lejanos estudios en la Escuela de Magisterio de Zaragoza los esfuerzos del catedrático de Pedagogía por resaltar el papel instructor de los arquetipos en el desarrollo social y cultural del niño. Todas las ciencias adelantan, por supuesto, y se transforman, pero todavía no he encontrado a un psicólogo que defienda con ardor las ventajas que para la educación del niño adoptado tiene la pareja homosexual sobre la heterosexual. A lo peor es que sólo tengo trato con psicólogos conservadores, pero el abanico de mis relaciones es bastante variado, y me extraña. A mí me parece muy bien que los homosexuales se emparejen, pero creo que no ha existido ningún debate sobre la adopción de niños, ni sobre la letra y el espíritu de los Derechos del Niño aprobados por la ONU en 1959. En su Artículo 7º, donde se habla de que «el interés superior del niño debe ser el principio rector de quienes tienen la responsabilidad de su educación y orientación», hay un motivo para un interesante debate que se ha hurtado a la sociedad. Los niños son muy resistentes. Han resistido guerras, campos de concentración, padres alcohólicos, madres miserables, trabajos forzados y otras plagas. Resistirán a los padres homosexuales. Pero, si todavía en las escuelas, el divorcio altera el comportamiento del niño, me imagino que le será difícil explicar su situación nada predominante ante sus propios compañeros, el protagonismo de una rareza que estadísticamente es insalvable en el seno de un aula.