Diario de León

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HACE UNOS días pronunció en León -bajo la organización del Círculo Empresarial Leonés- una conferencia Marcelino Oreja. Sobre la personalidad del conferenciante quizás se deba de recordar su relación con la participación española en Europa. Fue secretario general del Consejo de Europa y más tarde presidente de la Comisión Institucional del Parlamento Europeo... La intervención supuso un análisis del presente y futuro de la Europa política. La Constitución europea -dijo- es «un proyecto de reconciliación «pero, por el contrario, existen dudas, hay un alejamiento y nos hemos de preguntar: ¿estamos orgullosos de ser europeos?. Para el señor Oreja que ha estudiado -y vivido en el País Vasco- el problema de los regionalismos y nacionalismos no es difícil tener una visión cosmopolita de la cuestión localidad -región- universalidad. Lo primero que se quiere resolver en Europa es la unidad de valores, el deber nacional de una política social y reivindicar al Estado. No en vano el fallido Tratado Constitucional de la UE, vino a decir en su preámbulo que se pretende: A) inspirarse en la herencia religiosa y humanista; B) destino común de los pueblos de Europa, orgullosos de su identidad; y C) Europa «unida en la diversidad «...Es verdad que se trata de lugares comunes, palabras gastadas e invocaciones -no se sabe muy bien a qué vienen lo de, «dolorosas experiencias», por muchas guerras habidas-. Digo lugares comunes porque se mezcla «pueblo» con «ciudadanía», «habitantes» con «destino común», «Estados» con «Gobiernos». Pero, en fin, se trata de tener presente lo cotidiano con lo inalcanzable, lo próximo con lo desconocido o, como dijo acertadamente Oreja, «no una política social común sino un marco común». Desde la perspectiva leonesa -es decir, desde lo cotidiano y próximo- no podemos olvidar el enlace entre lo doméstico y lo universal, pero ¿cómo conjugar la diferenciación -separación al fin- con la universalidad ¿Leoneses hay que llevados por la visceralidad de una mal entendida leonesidad abjuran de su conciencia histórica. Yo creo en las palabras de Unamuno -no puedo resistir de sentirme ligado a la generación del 98- al decir que «... la historia es el espíritu y el espíritu es la creación». De forma que llegados a este punto, no podemos crear un espíritu leonés si no nos apoyamos en la historia y, desde ella la creación de una leonesidad europeísta. Bien es cierto que hemos de partir de una premisa clara: los recuerdos etnosimbólicos son para el folklore. En este aspecto es cuando se apela al pueblo y ya he repetido en otras ocasiones que cuando a los políticos se les llena la boca de pueblo, pueblo, es que no han enraizado nunca con él. El pueblo ama, desprecia, vota o reniega según la balanza, pero si de verdad se ama a lo próximo es cuando percibimos un perfume de la historia que nos transporta a otros mundos espirituales. Ya lo dicen los estudiosos de los nacionalismos -Anthony D. Smith- «apelar al pueblo sólo es factible a través del descubrimiento y el uso de su memoria colectiva, de símbolos, mitos, valores, tradiciones «... Pues bien dejemos al pueblo que va por si mismo, por su historia». Si Alfonso VI se proclamó Emperador de España, Alfonso VII se proclama -nada menos que en el año 1135- «Imperator totius Hispaniae» Bien que no se trata de un imperio que se extendiera allende de la Hispania, pero refleja un espíritu de universalidad que impregna, desde entonces, la vocación leonesa extralocal. Algunos leoneses creen que por universalizar el espíritu pierden la leonesidad. Nada más lejos de la realidad, los leoneses que viven en otras comunidades o regiones son los que conservan mejor la identidad, la siguen viviendo como suya, una vez que la contrastan. Y no se pierde, precisamente porque la universalizan. Y desde aquí responderíamos a Oreja al preguntarse ¿qué queremos hacer los europeos? Como leoneses -bueno, digamos castellanoleoneses- superar el incipiente nacionalismo. Es una rémora, una cadena que nunca tuvimos y que puede llegar al rebufo de los nacionalismos arcaicos y periféricos. Quien ha vivido en parajes nacionalistas, sin serlo, ha estado atormentado por los odios y los rencores, por la marginación y la inseguridad, por las mentiras y las tergiversaciones. Hace ya años -K.R. Minogue, en su libro Nacionalismo,1968- se escribía: «De ahí que las teorías nacionalistas puedan ser interpretadas como deformaciones de la realidad que permiten que los hombres enfrenten situaciones que en otros casos serían insoportables». En los tiempos en que se hablaba de regionalismo -Las regiones en pie, 1974- se recordaban las palabras del catalán Vicens Vives; «el regionalismo... tradujo en los hechos el divorcio social, ideológico y económico entre la periferia y el centro» . Los ideales autonómicos actuales van por ese camino. De forma que no aumentemos la disgregación con más nacionalismos a través de la mimética manía de la copia de lo perverso por creer que es moderno y progresista. Vale la pena conservar lo permanente pero sin endulzarlo con la impronta grávida de lo pasajero. Hay quien cree que esto de los nacionalismos centrípetos puede equilibrar la regionalidad centrífuga. Nada de ir al socaire de la música de sus idiomas, la perversidad no debe de imitarse. Y podemos volver a la pregunta de Oreja encajada en nuestra idiosincrasia: ¿Qué queremos ser los leoneses ¿Si queremos un número más de la alteralidad de los nacionalismos olvidemos Europa, pero si queremos de verdad ejercer la leonesidad, apoyemos nuestra impronta histórica en la construcción de Europa -otra cosa es que la construcción esté parada por falta de proyecto de obra y equipos conjuntados, pero eso es otro tema- bajo la égida de la universalidad. Como dice un leonés de pro: «No seas cazurrro, déjate de ser nacionalista leonés y proyéctate como leonés europeo».

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