Amor con fecha de caducidad

GABRIELE Pauli diputada del partido socialcristiano alemán ha propuesto el matrimonio a término. No se trata de una variante frente al matrimonio sin plazo susceptible de divorcio, sino de una radical modificación de su régimen jurídico. Pretende que todo matrimonio quede sin efecto a los siete años de su celebración. Para mantenerlo sería preciso que los esposos manifiesten expresamente su voluntad de permanecer casados. Queda así sometido a la misma caducidad de los yogures o las conservas. Ni siquiera se le concede esa prórroga tácita, frecuente en los arrendamientos, por la que se entiende que el alquiler, llegado el plazo, se mantiene si ninguno de los contratantes manifiesta su voluntad de privarle de eficacia. Se niega de tal forma que el amor pueda ser para siempre, que la política germana exige que el matrimonio, expresión formal del amor, nazca necesariamente vencido. Sólo podrá mantenerse toda la vida, prórroga tras prórroga, en el caso de que un día la muerte ponga fin a esa última prórroga todavía no cumplida. Con independencia de creencias personales parece razonable afirmar que la estabilidad matrimonial es un bien social. Carece pues de sentido común plantear una caducidad, desde el origen, a aquello que por su propia naturaleza tiende a un amor para siempre, ideal del amor eterno. Caería en desuso esa conversación, tan cursi pero tan tierna, de una pareja de enamorados en la que uno se dirige al otro diciendo: «Oye mi amor¿» y al instan te recibe como respuesta: «Dime mi vida».