Diario de León

Personas desfavorecidas

«Con la paguita he visto mi vida muy cambiada»

De la calle también se sale. María Isabel dejó su casa en Barcelona huyendo de los malos tratos. Regresó a León. Sin trabajo y tras perder la renta activa de inserción, «tuve que ir a la calle» hasta que encontró el amparo de Calor y Café, albergue nocturno para personas sin techo, y rehizo en su vida en el Hogar San Vicente de Paúl. Acaba de dar el paso para ser independiente.

Usuarios de la casa hogar se hacen la comida. FERNANDO OTERO

Usuarios de la casa hogar se hacen la comida. FERNANDO OTERO

León

Creado:

Actualizado:

De la calle también se sale. María Isabel es un ejemplo de que se puede. Con la ayuda y el acompañamiento de una de las oenegés con más experiencia en atención a personas sin hogar, la Sociedad San Vicente de Paúl de León, la vida de esta mujer que dejó atrás su casa, unos hijos que le partieron el corazón y un exmarido que la molía a palos, ha dado un vuelco.

No ha recobrado su vivienda pero desde hace unos meses vive en una habitación alquilada, tiene para sus gastos y cuenta con el apoyo de la Fundación Tutelar de Castilla y León. Ha sido un camino duro. Isabel ha tenido que superar las secuelas de vivir a la intemperie, sin horizonte, y del desarraigo familiar. A la calle se llega por muchas razones.

Esta es la historia de los últimos siete años de la vida de una mujer que huyó del maltrato con la salud mental quebrada, confusa y sin saber por dónde empezar, En 2015, María Isabel dio la espalda al hogar que había comprado con su esfuerzo a sabiendas de que, sin los ingresos que ella llevaba al hogar la hipoteca caería encima. Volvió a León, con la idea de rehacer su vida en la ciudad donde viven su madre y hermanos. «Salí por una paliza de las que me daba él. Al salir del piso lo perdí todo. Mis cosas, dos perritas. Lo pasé muy duro», cuenta.

Un hogar para Isabel
«Fui a dormir a Calor y Café. Cuando Pablo me dijo que subiera a la casa se me abrió el cielo»

Encontró un trabajo, en el que no se pudo mantener. Conoció a un hombre y se fueron a Galicia. «No nos fue bien porque no nos llegaba el dinero», recuerda. Cobraba la renta activa de inserción, pero la perdió. «No fui al sellado y no miré más», confiesa.

Su vida era una caída en picado. «Fue muy duro porque tuve que ir a la calle durante año y medio», relata sentada en uno de los sillones del salón de la casa hogar San Vicente de Paúl. Me amoldé. «He pasado frío, he estado durmiendo mojada... Pero lo he superado. Eso no me ha dejado huella», asegura.

La calle se lleva la salud, la dignidad y hasta la condición de persona de cara a la sociedad. El deterioro físico es una de las señales. Isabel perdió la dentadura que se había hecho nueva en Barcelona y le desaparecieron las gafas. «Vinieron estos años de andar sin gafas y sin dientes», comenta. Iba al comedor social y a veces se volvía a sentar al lado de su novio callejero para no sentirse sola. Desde que en 2015 cerró por última vez la puerta de su casa «he mejorado mucho, he llorado mucho por mis hijos pero he superado ese dolor», añade.

Vivir en la calle ha sido una experiencia extrema, pero «no le he cogido rabia a la ciudad», asegura. Empezó a ir a dormir a Calor y Café y Pablo, uno de los educadores, le animó a entrar en la casa hogar San Vicente de Paúl. «Se me abrió el cielo. Se lo agradezco mucho».

Usuarios de la casa hogar se hacen la comida. FERNANDO OTERO

A partir de ahí cambió su vida. «De verme sin nada en la calle a tener lo que necesitaba», explica. Una vez empadronada pudieron empezar a gestionar ayudas y atención médica. A María Isabel le diagnosticaron trastorno bipolar y le reconocieron una discapacidad por salud mental. «No me influye mucho, pero no sé si se nace o se hace por todas las ansiedades que he tenido lo he podido desarrollar», comenta sobre la enfermedad. Piensa que el sufrimiento psicológico y el maltrato le han dejado esa secuela.

En diciembre llegó la sentencia de divorcio y con ella la luz verde para solicitar una pensión no contributiva por discapacidad. En febrero empezó a cobrarla y cuenta con el apoyo de la Fundación Tutelar de Castilla y León para dosificarla mensualmente. «El dinero me lo administran ellos. Yo siempre fui muy administradora y me ha gustado mucho la cocina. Pero prefiero que sea así porque lo he pasado mal. Antes lo administraba mi exmarido y me quedé sin un céntimo. Me cogía las tarjetas, pedía créditos y me vinieron deudas». Son recuerdos que vuelven como una pesadilla, aunque forman parte del pasado.

«Con la paguita he visto mi vida muy cambiada», comenta. La ‘paguita’, como ella dice, es el sustento que le ha permitido dar el salto a la vida independiente. De momento, se aloja en una habitación alquilada, aunque acude a menudo a la casa de San Vicente de Paúl. Los trabajadores y voluntariado de la asociación son como su familia. Isabel, que madruga por costumbre: «A las 8 de la mañana estoy lista para salir a la calle —en Barcelona me levantaba a las cuatro de la mañana para ir a trabajar— y sobre las 12 o 12.30 cocino para mi compañero y para mí».

«Él sigue en la calle. Lleva cuarenta años. Es un pintor callejero y la gusta la libertad. A veces se queda unos días en una pensión», explica Isabel. Ella se ha adaptado a acompañarle solo durante unas horas. «Llego sobre la una y estoy hasta las cinco de la tarde», explica. Una vez a la semana, a esa hora, recibe la visita de una trabajadora social de la Fundación Tutelar de Castilla y León. «María viene todos los viernes a verme. Me da para el tabaco de toda la semana. He recogido colillas en la calle. Ahora me arreglo. Esta es otra vida», señala.

A Isabel le gusta escribir. En su libreta están guardados sus recuerdos y anhelos. Hay uno que desea por encima de todo lo demás: «Quisiera hacer un viaje a Barcelona y ver a mis hijos».

tracking